jueves, 1 de noviembre de 2007

EL BUEN COMBATE por Paulo Cohelo


“Combatí en el buen combate, y conservé la fe”, dice San Pablo en una de sus epístolas. Y sería bueno recordarlo especialmente ahora, cuando un nuevo año se extiende por delante.

El hombre nunca puede parar de soñar. El sueño es el alimento del alma, así como el alimento del cuerpo es la comida. En muchas ocasiones, durante nuestra existencia, vemos cómo se rompen nuestros sueños o se frustran nuestros deseos, pero es necesario continuar soñando, pues en caso contrario nuestra alma se muere, y Ágape no penetra en ella. Ágape es el amor universal, aquél que es más grande y más importante que el sentimiento de simpatía por alguien concreto. En su famoso sermón sobre los sueños, Martin Luther King recuerda que Jesús nos pidió que amásemos a nuestros enemigos, no que les tuviéramos simpatía. Este es el amor grande que nos empuja a continuar luchando a pesar de todo, a conservar la fe y la alegría, y a combatir en el Buen Combate.

El Buen Combate es aquel que se entabla porque nuestro corazón lo pide. En los tiempos heroicos, cuando los apóstoles iban por el mundo predicando el evangelio, o en la época de los caballeros andantes, esto era más fácil: había mucha tierra por recorrer, mucho que resolver y mucho que construir. Sin embargo, hoy en día el mundo es diferente, y el Buen Combate se trasladó de los campos de batalla al interior de nosotros mismos.

El Buen Combate es el que se entabla en nombre de nuestros sueños. Cuando éstos revientan en nuestro interior con toda su fuerza (en la juventud) nos sentimos muy valientes, pero aún no sabemos luchar. Después de mucho esfuerzo, aprendemos a luchar, pero entonces ya no contamos con el mismo valor para combatir. Por esta razón nos volvemos contra nosotros mismos y, combatiéndonos, nos convertimos en nuestros peores enemigos. Alegamos que nuestros sueños eran infantiles, difíciles de llevar a cabo, o fruto de nuestro desconocimiento de la realidad de la vida. Matamos nuestros sueños porque tenemos miedo de combatir en el Buen Combate.

El primer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta de tiempo: Las personas más ocupadas que he conocido en mi vida eran las que al final siempre conseguían tiempo para todo. Por su parte, los que no hacían nada siempre andaban cansados, el tiempo nunca les llegaba para lo poco que tenían que hacer, y se quejaban constantemente de que los días eran demasiado cortos. Lo que les pasaba en realidad era que tenían miedo de combatir en el Buen Combate.

El segundo síntoma de la muerte de nuestros sueños son nuestras certezas. Sólo por el hecho de no querer tomar la vida como una gran aventura en la que hay que embarcarse, ya nos consideramos sabios, justos y correctos en nuestras pequeñas parcelas de existencia. Miramos hacia el exterior de las murallas de nuestra vida diaria y oímos el ruido de lanzas que se rompen, sentimos el olor del sudor y de la pólvora, vemos las grandes caídas y las miradas sedientas de conquista de los guerreros. Pero nunca percibimos la alegría, la inmensa Alegría que hay en el corazón del que está luchando, pues para éstos no importa ni la victoria ni la derrota, sino que lo único importante es apenas combatir en el Buen Combate.

Por último, el tercer síntoma de la muerte de nuestros sueños es la Paz. La vida se transforma en una tarde de domingo, sin grandes exigencias, que no nos pide más de lo que queremos dar. Pensamos entonces que hemos alcanzado la “madurez”, dejando atrás las “fantasías de la infancia”, y logrando nuestra realización personal y profesional. Nos sorprende que alguien de nuestra edad diga que aún espera determinada cosa de la vida. Pero en lo más hondo de nosotros mismos sabemos que lo que ocurrió fue que renunciamos a luchar por nuestros sueños, a combatir en el Buen Combate.

Al renunciar a nuestros sueños y hallar la paz, entramos en un periodo de tranquilidad. Pero los sueños muertos empiezan a pudrírsenos dentro, corrompiendo a continuación todo el ambiente en el que vivimos. Comenzamos a comportarnos con crueldad con los que nos rodean, y llegamos finalmente a dirigir esta crueldad contra nosotros mismos. Aparecen las enfermedades y las psicosis. Lo que queríamos evitar en el combate (la decepción y la derrota) pasa a ser el único legado de nuestra cobardía. Y, por fin, un día, los sueños muertos y podridos enrarecen el aire haciéndolo difícil de respirar, y empezamos a desear la muerte, la muerte que nos librase de nuestras certezas, de nuestras ocupaciones, y de aquella terrible paz de tardes dominicales.

Tomado de “El Guerrero de la Luz Online”, una publicación de www.paulocoelho.com.br

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