lunes, 21 de marzo de 2016

LA SENSACIÓN. Relato por Alejandro R. Melo

Cada día tomaba aquella calle...los años pasaron y el paisaje apenas si se modificó desde que comencé a trabajar en el aserradero.
Ahora soy viejo y recorro los mismos olores, los mismos caminos somnolientos.
Cada día bajo la calle con el sonido de los pájaros jugueteando entre las ramas del bosque. En primavera sus trinos se transforman en un coro virtuoso que alegra mi vida.
Cada noche, cuesta arriba por mi calle, voy acompañado por el arrullar de los búhos y el fresco estremecimiento de las ramas de los eucaliptos, mientras sus hojas vibran ante la caricia del viento.
Ahora se me hace dificultoso caminar de vuelta la calle que lleva a la casa. De no ser por las fragancias que recogen mis sentidos, hace rato que sólo me hubiera sentado en la puerta, a contemplar el paso de los caminantes.
Pero mi calle tiene ese encanto. El bosque tiene su música. Por más que cada día pase por los mismos recodos, por las mismas piedras. Allí está la piedra grande al borde del camino. Más allá la casa del molino: puedo sentir el aroma del humo que quema su hogar y sale jugando por su chimenea. La casa estaba allí cuando nací. Decía mi padre que la construyó un viejo herrero del pueblo. “Era un hombre muy bondadoso”, -solía comentar mi madre.
El viejo molino de agua sigue moviendo sus aspas. La frescura de sus aguas sigue danzando en mi corazón y me evoca mi niñez, cuando mi padre me llevaba de la mano camino abajo hasta la escuela frente a la plaza.
Esta noche, la luna juega a las escondidas con las nubes que la acarician suavemente mientras forman bandadas que se llevan las penas de los hombres. Ellas nos recuerdan lo estúpido de las preocupaciones de los corazones, mientras el viento arrastra día tras día allá en lo alto, la futilidad de su permanencia.
Podría morir esta noche, mientras mis sentidos retienen los aromas del bosque, el canto de los pájaros, el murmullo del arroyo y el crujir de la alfombra de hojas en el otoño; las ramas de los eucaliptos balanceándose con el viento y lanzando su antiguo rezongo; el dulce aroma del agua del pozo; el pan haciéndose en el horno. Nada más anhelo, nada más necesito... Mi corazón está completo. Dios no tiene apuro, tan sólo espera paciente el fin de mi anécdota vital.