Domó en la pampa todos los caballos,
menos uno.
Por eso duerme aquí Celedonio Barral,
con sus manos prendidas
a la crin de la tierra.
El doradillo, el moro, el alazán
entre sus piernas fueron
máquinas de furor
y pedazos de viento en su muñeca.
Su pan fue una derrota de caballo por día:
un trueno de caballos fue su música entera.
Para su Dios y para su mujer
tuvo sólo un aroma:
el olor de un caballo.
El potro de la muerte
no se rindió a su espuela
de antiguo domador y jinete final.
Por eso duerme aquí,
silencioso y vencido:
Porque domaba todos los caballos,
menos uno.
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