LO QUE APRENDÍ DE LA PASIÓN DE JESÚS
Debo confesar que como muchos católicos, contemplar la Pasión de Jesús, no era mi pasaje más deseado del Evangelio. Desde niño era un trago amargo que había que pasar -lo más rápido posible- para llegar a la alegría de la Pascua.
Por esa razón no me detenía, como la mayoría, a observar atentamente lo que me decía ese momento tremendo de nuestra historia, en donde se jugó el destino de la humanidad.
Sólo lo veía como un momento de tremenda tortura física, que culmina con una muerte injusta y terrible.
Pero un día, ya en mi edad madura, descubrí, gracias a la Coronilla de la Divina Misericordia, que debía meditar el significado de la Pasión.
Fue así que fui descubriendo, paso a paso, lo que ese momento me enseñaba.
La Pasión de Cristo, todos la hacen comenzar en el Monte de los Olivos, pero…remontémonos al momento en que Jesús ingresa en Jerusalem y es aclamado por la multitud (el domingo de ramos).
Jesús es proclamado profeta y rey por la gente. ¿Pero qué busca la mayoría?: busca milagros para sus vidas, y un líder político que los haga librarse del poder romano. No tardará mucho en que esa mayoría se vea frustrada. Jesús no es un repartidor de milagros, como hoy muchos lo quieren mostrar en las iglesias electrónicas y otras…El milagro es un signo especial (un quiebre del orden natural) excepcional, que sirve a Dios para atraer el corazón de la persona. El milagro interpela con una enseñanza, con un llamado a la comunión con Dios. No es un circo ni magia.
Jesús proclamado rey, alabado con los mantos y con ramas de olivos y palmeras en su entrada triunfal a Jerusalem. Pero Jesús mismo se lo dice a Poncio Pilato: “Mi reino no es de este mundo” ¿Está hablando del cielo?…puede ser, pero quizás está hablando también de un reino que no tiene nada que ver con el “mundo” frívolo, posesivo, carnal, ambicioso, consumista, egoísta. En el Padrenuestro lo rezamos: “Venga a nosotros tu reino”, es decir, que le pedimos a Dios, que el reino llegue a nuestro mundo, a nuestras vidas. El tema fundamental en ese pedido, es que muchas veces pretendemos que ese mundo sea a imagen y semejanza de nuestros deseos, de nuestra idea de lo que debería ser ese mundo, no lo que quiere Jesús. Por eso no se puede pedir que venga a nosotros “Tú reino” sin el “hágase Tú voluntad…” Es decir, el reino de Dios no es el que nos imaginamos ni el que nosotros deseamos, sino el que su amor y misericordia ha concebido. Hágase Tú voluntad: confianza total en el Amor de Dios.
Pero volvamos a la Pasión. Ahora, estamos en la Última Cena. Judas ya ha entrado en tratativas con los miembros del Sanedrín para entregar a Jesús. ¿Por qué lo entrega?, ¿por ambición -las famosas treinta monedas de plata-? ¿O porque él también está frustrado al comprender que Jesús no es un líder político como Barrabás, que promete la solución rápida de la violencia a la opresión del pueblo judío?
Como sea, lo material -el dinero- siempre es un instrumento del que se sirve el Mal para buscar sus designios.
Pero Jesús, ¿qué es lo que siente? La pasión comienza cuando comprende que uno de sus amigos, con el que ha compartido muchas horas y caminos, y el cual fue testigo de muchos milagros y enseñanzas, lo ha traicionado. Qué dolor e inmenso vacío debe haber sentido! Qué frustración al no haber podido penetrar ese corazón de Judas, más que en lo superficial.
Nos trasladamos al Monte de los Olivos: Jesús ora y espera el momento de su aprehensión. Tiene mucho miedo, como nosotros, sufre pensando en lo que va a ocurrir. Los discípulos se quedan dormidos. Él les va a reprochar el no haber podido velar junto a Él. Cada uno está en lo suyo. Rezar está bien, pero el dolor siempre es “del otro”.
Y llegan los soldados a detener a Jesús. Judas lo entrega con un beso: la falsedad de nuestras relaciones humanas puesta en su máxima expresión. Un símbolo del afecto, puesto al servicio de la traición y la codicia. Es un símbolo también de nuestra superficialidad en las relaciones con los otros: queremos ser simpáticos, amables, ser queridos, pero un “yo” tremendo se interpone entre ese “nosotros”. Los argentinos hace unas décadas que hemos adoptado la costumbre de besarnos, aún entre varones y entre desconocidos. ¿qué significa eso? Nada, si no hay verdadera comunión con el otro. Un gesto hipócrita adoptado porque “todo el mundo lo hace”.
Pedro saca su espada y corta la oreja del soldado. Otra vez la idea de que la violencia puede solucionar las injusticias.
Jesús es llevado a esas largas horas de interrogatorios. Afuera, Pedro, tal como se lo había dicho Jesús, lo niega tres veces. Todo está está bien, las ideas y las enseñanzas están buenas, pero mi cuero es mi cuero. Qué le vamos a hacer…Los otros discípulos se “borran”.
El sumo sacerdote y los miembros del Sanedrín interrogan a Jesús. El poder religioso no soporta que este humilde Rabí trascienda más que ellos en la sociedad. Ellos que tienen la llave de la vida, de la religiosidad y la piedad de todo el pueblo, ¿cómo van a someterse a las enseñanzas del hijo de un carpintero?
La religión vista como el cumplimiento de obligaciones formales, repleta de gestos y apariencias: los fariseos prolongan los hilos de sus mantos para mostrarse ante los demás muy piadosos. Pero Jesús, ¿cómo los ha llamado?…Ah si: “sepulcros blanqueados” Limpitos por afuera, pero inmundos por dentro. No se lo pueden perdonar!
Ya están decididos a matarlo porque es una piedra en sus zapatos que no están dispuestos a tolerar.
Interviene Poncio Pilatos, que quiere sacarse el problema de encima y se lo envía a Herodes (idas y vueltas en las disputas de “jurisdicciones” en los juicios que se prolongan tremendamente y no llega nunca la Justicia).
Herodes quiere ver “milagros”, pretende que le muestre Jesús su “magia”, tanto para asombrarse como para confirmar que es un personaje del cual hay que deshacerse, igual que con Juan el Bautista.
Jesús calla. Recibe en silencio el interrogatorio y la humillación de los poderosos. La soberbia y las acusaciones sin fundamento, con la sola justificación, de la maniobra política, con la afirmación del poder. ¿cuántas veces usamos nuestro “poder” para humillar, para someter a los otros?
¿Qué habrá sentido Jesús ante tanta humillación? Justo Él, que es el Hijo de Dios, el descendiente del Rey David? Desde lo humano podemos imaginar ese tremendo momento: la humillación frente a un poder usado sólo para satisfacer las ambiciones, la codicia y no el bien para todo el pueblo.
Vuelve a intervenir Pilatos. Es un político y un soldado. Sabe que debe tener precaución, porque estos judíos son un pueblo difícil, y fiel a sus instrucciones, no quiere irritarlos. Está intrigado. Le han hablado de Jesús: sus informes de inteligencia le dicen una cosa, pero los sacerdotes y levitas insisten en que este Jesús es un tipo peligroso.
Su mujer le advierte que no se meta con este profeta. Ha visto en sueños cosas horribles.
Pilatos duda, interpela a Jesús, y éste le responde. Le hace ver que no vino a cambiar el poder humano de los romanos -el imperio está a salvo-, porque no quiere desalojar al Procurador ni generar una revuelta violenta, como el tal Barrabás.
Pilatos piensa que si somete a Jesús a la decisión de la multitud, sus partidarios gritarán a su favor y así se hará justicia, salvando al inocente. Por eso elige seguir la tradición y somete a votación el destino de Cristo. Pero, para su sorpresa, los partidarios de Barrabás gritan más. Las mayorías han sido “compradas” por el poder económico y político de los levitas, los doctores de la ley, los miembros del Sanedrín. Hoy podríamos compararlo con la acción del “marketing político”, que maneja propaganda, redes sociales…
Pilatos tiembla. Su sentido de justicia romana se ve conmocionado: Yo no veo culpa en este Jesús!
Pero, el poder del dinero domina la votación: gritan por Barrabás.
¿Y qué hago con este Jesús?: Crucifícalo!!! Repite la multitud.
¿Qué hago? -se interroga internamente Pilatos-, Si cumplo con mi conciencia y con mi sentido de Justicia, tengo que soltar a Jesús, pero estos judíos son jodidos, me amenazan con ir con cuentos al César y mi poder puede tambalear.
Y bueh… en definitiva es un judío más, no un ciudadano romano, que estos ignorantes y brutos se hagan cargo de esta injusticia, yo me lavo las manos.
El poder político se desentiende de la Justicia finalmente. Lo importante es que no se altere el poder y no molesten.
Sin embargo, Pilatos quiere lavarse el hígado con una última burla, no ya contra Jesús, a quien tal vez ve como a un pobre desgraciado, sino contra los judíos que lo han obligado a tomar una decisión que va contra su conciencia: manda a hacer un cartel en latín, en griego y en hebreo, donde dice que Jesús es el Rey de los Judíos.
¡Qué afrenta para los judíos! Inmediatamente van a reclamarle que el cartel diga: el que se dijo rey de judíos, y no el rey de los judíos. Pero Pilatos está harto: “lo escrito, escrito está”.
Jesús es entregado al correctivo tradicional de los castigados a la muerte injuriosa de la cruz: la flagelación. Sus carnes son desgarradas por látigos que tienen ganchos en sus puntas para dañar más. Los soldados romanos, es decir, la clase más baja de las fuerzas de ocupación, quieren divertirse a costa de este judío: se burlan, lo escupen y para terminar su “bullying”, le ponen una corona de espinas, lo cubren con un manto, como a un rey, le hacen reverencias burlescas, y culminan pegándole con una caña: así humillan a Jesús, pero también a los dominados judíos.
Allí pienso que no solamente los ricos y poderosos son los que generan injusticias…¿cuántas veces ha habido violencia de pobres contra pobres?
En definitiva, el ser humano, más allá del rol que le toca en la sociedad y de los bienes económicos de los que dispone, sigue siendo en esencia lo mismo: nace desnudo y muere desnudo. No hay diferencia entre ricos y poderosos y pobres y miserables a la hora de dar explicaciones de nuestra conducta.
Y Jesús, ha sufrido la humillación moral, además de la tortura, tanto de ricos y poderosos, como de pobres empleados.
El camino del Calvario representa nuestra vida, donde Jesús asume nuestros dolores, nuestras frustraciones, nuestros pecados y contradicciones. Es empinado, se transforma en un espectáculo para los curiosos que van a ver a los condenados a muerte.
No hay vuelta atrás. Algunas mujeres piadosas quieren aliviar su sufrimiento, están conmovidas por tanta injusticia: Hijas de Jerusalem, no lloren por mí, sino por ustedes y por sus hijos! Les dice Jesús, porque sabe que esta gente ha caído en una trampa mortal: están matando al que esperaron generación tras generación, al Hijo de Dios, al Mesías. Una paradoja terrible para el Pueblo Elegido.
Jesús cae varias veces, no puede más después de tanta tortura física.
Los soldados temen que no llegue al Gólgota vivo, por eso agarran a un fortachón que anda por allí, Simón de Cirene, y lo cargan con la cruz.
Jesús se deja “ayudar” en su camino de redención. Nuestros dolores, nuestros trabajos, nuestros servicios y sacrificios, pueden servir para ayudar a Jesús en su obra Redentora. Aquí entiendo muchas cosas y doy gracias a Dios por ese gran misterio.
Llegan al Gólgota y Jesús es clavado en la cruz y elevado al cielo. Su cruz está entre dos bandidos. Se renuevan las burlas de la multitud, los gritos de dolor. “Si es el Mesías, que baje de la cruz y se salve a si mismo!”
Los soldados cumplen con lo habitual en este tipo de ejecuciones: se reparten las vestiduras, y como no quieren partir el manto, lo juegan a los dados. Parece que todo es diversión, aún cuando a nuestro lado está ocurriendo una gran tragedia.
Uno de los crucificados insulta a Jesús y le reclama que haga algo si es el Mesías. El otro a su vez, le pide a Jesús que lo tenga en cuenta, cuando llegue a su reino. Ha comprendido que el reino de Jesús no es de este mundo y que Jesús realmente es rey.
A los pies de Cristo está su madre y algunas mujeres piadosas, junto a Juan, el joven. Increíblemente, los hombres, que son los que se supone que son más fuertes y valerosos, están escondidos, han huido, y sólo están esas pocas mujeres llorando a sus pies. “Mujer ahí tienes a tu hijo. Hijo, ahí tienes a tu madre”…Jesús no se desentiende de su mamá: la quiere entrañablemente y la quiere proteger, y a su vez, la instituye como figura central de su obra redentora.
Entre tanto Jesús tiene sed, y siente una tremenda soledad: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? -repite el salmo profético-. Algunos han visto en esta expresión algo escandaloso: ¿Jesús ha perdido la fe? ¿No sabe que es el Hijo de Dios?
No es así, sabe cuál es su destino y su misión, pero también sufre el silencio de Dios y el abandono de nuestra condición humana, como tantos hombres y mujeres que sufren la soledad, el dolor, el miedo y la injusticia.
Él sabe que finalmente su sacrificio termina en Redención, por eso le dice a Dimas: “Te aseguro, que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”.
“Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu” y dando un gran grito expiró.
Todo es silencio, se ha oscurecido todo, el velo del templo, orgullo de los judíos, en signo de escándalo y penitencia, se ha desgarrado, la tierra tiembla.
Un soldado romano se asusta y se ve conmovido: ¿qué ha pasado? ¿Qué signos son estos? ¿Acaso hemos matado a un Justo?
Pasan las horas… el Centurión ordena poner fin al sufrimiento de los condenados, por eso les manda a quebrar las piernas para acelerar las muertes. Pero al llegar a Jesús, lo ven muerto, pasan de largo. Para asegurarse, ordenan al soldado que lo atraviese con una lanza. Y allí del corazón de Jesús brota sangre y agua, para lavar nuestros pecados y para encendernos con su Misericordia.
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