miércoles, 10 de diciembre de 2014
UNA VARICE EN MI PIERNA. Relato de Alejandro R. Melo
Cuando yo era chico, de unos ocho o nueve años, me apareció en mi pierna izquierda una várice. La verdad es que no sé de dónde había salido. La realidad es que esa várice era bien visible en mi pantorrilla. Y me dolía bastante. Era muy molesta. No podía jugar en el patio del colegio sin que me doliera.
Mi mamá le comentó a mi tía el asunto, y ésta le contó de una mujer que según ella, “curaba”. Es decir, era lo que en el campo suelen llamar una “curandera”.
La gran mayoría de estos personajes son mistificadores, farsantes que tratan de sacarle el dinero a la gente, y sólo lucran con la necesidad y el dolor ajenos. Este tipo de personajes siempre me pareció despreciable.
Pero en el caso que te cuento había algo que distinguía a esta mujer de esas típicas curanderas. Por empezar no hacía ningún tipo de menjunje, brujería o cosa por el estilo, y fundamentalmente no cobraba un solo centavo por lo que hacía.
La mujer afirmaba que una noche tuvo una visión: se le había aparecido un soldado romano que al parecer era un santo, pues tenía un aura especial sobre su cabeza. La verdad es que en esta primera visión, el soldado no se presentó, sino que simplemente se limitó a mirar a la mujer, y luego desapareció. La mujer impresionada, y deduciendo que se trataba de un santo, envió a su marido a la santería a buscar estampitas de santos que tuvieran el atuendo de soldado romano, pero había varios santos que se vestían con el atuendo del imperio romano. El soldado volvió a presentarse otra noche ante la mujer. Entonces ésta le preguntó: ¿Quién sos? ¿Cómo te llamás?
Soy Sebastián, -le dijo el aparecido.
La mujer mandó nuevamente a la santería a buscar una estampa de San Sebastián, pero a pesar de revolver entre todas las estampas no aparecía la imagen del pretendido santo.
Finalmente, en otra santería, el hombre encontró una estampa de San Sebastián. Efectivamente era la imagen de un soldado romano, tal vez una de las pocas en que se mostraba a San Sebastián vestido con el típico atuendo de soldado romano, ya que en todas las estampas aparecía semidesnudo y presa de las flechas que atravesaban su cuerpo. Se trataba de un mártir, que al convertirse al cristianismo provocó la ira de su emperador, quien le exigió elegir entre Cristo y seguir siendo el Jefe de la Guardia del Emperador. Sebastián amaba a Cristo, y tanto odio desató su elección, que el Emperador lo mandó a soportar las peores torturas, para arrojar luego su cuerpo como desperdicio.
La mujer finalmente reconoció en la estampa la imagen del soldado que se aparecía.
En las siguientes apariciones, el soldado santo le indicó distintas cosas a la mujer. Entre ellas cómo debía rezar a Jesús invocando su intercesión.
Aquel día, la mujer que vivía en una casa prolija de clase media, en un barrio de las afueras de Buenos Aires, nos hizo pasar. Luego nos hizo sentar en círculo en torno a una pequeña mesa que tenía una jarra de agua y un solo vaso.
La mujer se santiguó, cerró los ojos y rezó imponiendo su mano sobre la jarra de agua.
Luego sirvió agua en el vaso y bebió de él. Cuando culminó de beber pasó el vaso y nos hizo beber uno a uno de esa agua.
En ese momento declaró: San Sebastián está entre nosotros y ésta es la manera que tiene de comunicarse con nosotros. Nos tomamos de las manos y rezamos un Padrenuestro y un Ave María.
Finalmente impuso su mano sobre mi cabeza. ¡Cuánta fe tiene este chico! –dijo- y extendió su mano sobre mi pierna, colocándola sobre la zona donde estaba la várice. Rezó durante un rato. Al poco tiempo yo comencé a sentir un intenso calor en la zona. Cuando la mujer retiró la mano, la várice ya no estaba allí. Nunca más me volvió a molestar y nunca más la várice fue visible.
No sé si fue un milagro. Solo sé que ocurrió en mi cuerpo y fueron varios los testigos de mi familia que presenciaron el hecho. Una o dos veces más vi a la mujer, pero luego le perdimos el rastro. Yo era pequeño por entonces, pero este hecho me marcó para toda mi vida y me demostró que, de alguna manera, lo maravilloso existe.
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