Luego de dejar el comedor, salíamos ordenados al recreo largo de la una, donde se desataban todas nuestras energías duramente reprimidas por la rígida disciplina.
Mi timidez y gran miedo al castigo no me impedían seguir a mi diminuto amigo Scala corriendo por los pasillos de los dormitorios de los curas del centenario Colegio San José. Eran oscuros y tenían algo de misteriosos, y además estaba estrictamente prohibido a los alumnos transitar por esas zonas. Nos imaginábamos que se nos podía aparecer el fantasma de algún viejo mazorquero de Rosas. De tanto en tanto, el que si se nos aparecía era el Padre Gabriel con su voz ronca, y nos retaba medio en serio, medio en broma (no podía disimular la risa que le provocaba vernos correr asustados luego de que nos advertía, exagerando su voz de ultratumba: ¿Que están haciendo aquí? ¿No saben que está prohibido andar por los pasillos de las piezas de los curas! ?).
Pero nuestra convocatoria al misterio se volvía a repetir. Teníamos siete años y casi nada sabíamos de la vida, así que varias veces nuestra correría terminaba gritando: Viva Perón! . Era una máxima transgresión, porque alguno nos había contado que estaba prohibido pronunciar ese nombre...
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