La sangre corría sobre el piso de madera entablonada del chalet del Dr. Rinaldi. En el piso, tapada con papeles de diario, estaba la víctima: la mujer de Rinaldi. El asesinato se había cometido hace unas pocas horas, y en el chalet no había otros signos de violencia o de robo. No había desorden ni indicios de pelea. Simplemente la mujer muerta sobre el piso de living, con un balazo en la cabeza. La mujer estaba vestida, con ropa común: un jean, una remera, zapatos rojos como de charol, aunque seguramente eran de algún tipo de plástico. El comisario Benítez se movía nervioso enfundado en su impermeable beige de siempre, ese por el cual sus hombres socarronamente se preguntaban si alguna vez se lo sacaba para ir a bañarse. Los patrulleros que habían concurrido al lugar seguían con sus balizas encendidas. Los vecinos empezaban a agolparse sobre la barrera de cintas amarillas que había puesto la policía para cercar la escena del crimen. La policía científica, con guardapolvos blancos y guantes de látex buscaba afanosamente levantar huellas digitales o restos de algún cabello o elemento que permitieran identificar al asesino.
Sentado en un escalón de la escalera de madera que lleva a los dormitorios superiores estaba el Dr. Rinaldi tomándose la cabeza con las manos mientras sollozaba.
Entré acompañado de uno de mis Secretarios y el Comisario Benitez se acercó a saludarme.
-¿Algún indicio de quien hizo esto?- Pregunté sin más.
- Por ahora no- Respondió lacónicamente Benítez, con sus formas esquivas habituales (nunca me cayó muy bien este tipo).
- ¿Tiene algún sospechoso?
- Por ahora no lo digo, porque me parece prematuro, pero desde luego los primeros sospechosos son los miembros de la familia...
- ¿Está Ud. sospechando del Dr. Rinaldi?
- Nunca hay que descartar nada Su Señoría.
- Mañana, a primer hora quiero en mi despacho los informes para evaluar a quien citar. Desde luego vamos a esperar el informe del forense. ¿Hay signos de pelea o de violación?
- No aparentemente, lo que me lleva a sospechar más de la familia. La mujer no se defendió, por lo menos macroscópicamente eso es lo que puede verse, ya que el forense dirá si bajo sus uñas hay signos de algún intento de defensa o tiene heridas o maguyones en el cuerpo.
Con el correr de las horas y de los días se iba haciendo más grande el misterio. La policía interrogó al viudo y a los hijos de la occisa, pero todos tenían una buena coartada. Incluso el Dr. Rinaldi aparecía lejos de la escena del crimen a la hora en que, según el médico forense, se había producido el disparo. Era cierto que fue el propio Rinaldi quien encontró el cadáver, pero también lo era que existían pacientes que podían atestiguar que el esposo estaba atendiendo en el consultorio en el momento de la muerte. Los hijos también estaban fuera de la casa y en compañía de terceras personas. Es más, uno de mis hijos estaba en el mismo lugar que ellos y me confirmó que los había visto cuando recibieron el llamado advirtiéndoles sobre el trágico fin de su madre.
El informe del médico forense de turno fue concluyente: no había signos de violencia física ni de violación y ni siquiera de que la mujer hubiera tenido relaciones sexuales en muchas horas.
Me aseguré que el médico que hizo la autopsia no fuera amigo personal de Rinaldi. En estos pueblos chicos, donde todos se conocen, son precauciones que se deben tomar para evitar los encubrimientos, sobre todo tratándose el sospechoso de un médico.
Tampoco el informe de la Policía Científica me daba algún indicio relevante (lo cual no me extrañó dada la precariedad de medios y el poco cuidado que suelen tener nuestros policías a la hora de preservar la evidencia). No había huellas dactilares, ni huellas de zapatos o zapatillas, no había rotura de ventanas o violación de cerraduras, ni restos de cabello u otro elemento que pudiera ser tomado para una análisis de ADN, ni signos de pelea en el ambiente. Algo relevante para las posibilidades de esclarecimiento: no se encontró el arma ni el casquillo del proyectil.
Interrogué al viudo, quien estaba visiblemente apesadumbrado. Era evidente que no tenía ni idea de lo que había pasado y que estaba totalmente sorprendido por el desenlace. El me confirmó que en la casa había unos dólares guardados, pero que no habían sido tocados. "Siempre, -me dijo-, hablamos con mi mujer de que no se debía resistir a un asalto, y en el caso de que se metieran en la casa, existían esos dólares para conformar a los ladrones."
Tampoco se habían llevado la notebook del médico, ni el equipo de audio -que suele ser un botín preferido por los rateros- ni el televisor de plasma. Todo indicaba a esa altura que el homicidio no tenía que ver con un intento de robo.
Llamé a declarar a los hijos de la víctima. Ninguno parecía tener idea de los móviles del crimen. La mujer tenía una vida normal. El único punto suelto, según la declaración de los hijos, parecía ser el hecho de que era profesora de geografía en en el Colegio Nacional, lo cual llevaba a sospechar que pudiera tratarse de la venganza de algún alumno aplazado.
Investigué a sus colegas del Nacional. Era una mujer querida y sus alumnos ninguno parecía tener una actitud de rechazo a su manera de enseñar o de calificar: es más, era una de las profesoras más benignas con las notas de todo el colegio.
Interrogué a sus parientes cercanos y a los vecinos. Nadie escuchó nada en el momento del crimen y ninguno dio datos relevantes. Indagué sobre qué tipo de vida social tenía. Si alguno sabía de la existencia de un amante o de problemas con el marido, de conflictos económicos, o de algún negocio particular que se me hubiese escapado. Nadie tenía ninguna sospecha ni pudo agregar algún elemento.
Libré oficio al Banco Provincia y al Banco Nación para saber si tenía cuenta (ella y su familia), y cuál había sido la evolución de las mismas en los últimos doce meses. Nada parecía indicar que su patrimonio hubiese fluctuado significativamente en forma reciente. Mas bien su vida parecía ser ordenada y bucólica. Nada de emociones fuertes ni de grandes conflictos. Tampoco el corredor de seguros del pueblo tenía ninguna póliza de seguro de vida que cubriera su muerte. Además, como él me dijo, ya no quedan pólizas en el país que cubran muertes intencionales, por lo que en esos casos siempre cae la cobertura.
Recibí el informe de la pericia balística. Era concluyente pero aportaba poco respecto del autor material del hecho: le habían disparado a poca distancia (tres metros a lo sumo) con una 9 mm; el autor era derecho y de estatura mediana según el ángulo de ingreso del proyectil.
Sólo me quedaba tener una conversación con el zorro del Comisario Benítez, por si tenía alguna pista que todavía no me hubiese comunicado. Hay que tener mucho cuidado con estos tipos, siempre se traen algo bajo el poncho.
Llegó al juzgado puntualmente. Le hice servir un café y lo senté delante mío.
- No tengo ningún elemento en la causa que me indique quien pudo haber sido ni los móviles del homicidio. ¿Algún indicio?, ¿Alguna sospecha?
- Señor Juez, es la primera vez en treinta años de servicio que no tengo elementos para resolver un crimen. Investigué a sus relaciones. Sus asuntos económicos, sus parientes y nada....Parecía más bien una vida tan monótona como ordenada. Era una mujer apreciada entre sus vecinos.
- Es como si se tratara del crimen perfecto ¿no?
- Ningún crimen es perfecto, Su Señoría. Lo único que por ahora puedo decir, es que no hemos encontrado evidencia ni del móvil ni del autor del delito. Sí, puedo descartar algunos elementos que lo hacen más difícil: no hubo un móvil de robo. No hubo violación ni violencia física. La víctima conocía a su asesino porque le permitió el ingreso a su casa ya que no había signos de haber sido forzadas las cerraduras ni las ventanas. El asesino o asesina actuó con premeditación o por lo menos con sangre fría: nadie escuchó una discusión y tuvo la precaución de hacer desaparecer el arma y el casquillo. Para asegurarme, verifiqué si había restos de pólvora en las manos del esposo, de los hijos, de los parientes más cercanos, de algunos vecinos y de la empleada doméstica. Nada. Ni un solo indicio. El marido, siendo médico, pudo haber lavado con alguna sustancia la evidencia, pero otros elementos lo ubican lejos de la escena del crimen en el momento en que se produjo. Para mí que se trató de un crimen por encargo...ahora, ¿de quién? y ¿por qué?. No lo sabemos. Pero algún día se va a descubrir. Por ahora, estoy haciendo seguir al marido, a ver si tiene una amante...
- Por mi parte, y luego de varios meses de investigación, por ahora debo ordenar el archivo de las actuaciones -le comuniqué a Benítez sin más-.
- Proceda Ud., Su Señoría, que ya veremos en el futuro si hay algún elemento nuevo...
Al día siguiente, ordené al Secretario que preparara el auto de archivo de la causa. Ni bien firmé el auto, abrí el cajón del escritorio, saqué la pistola y la guardé, envuelta en un paño, en la caja de seguridad.
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