viernes, 25 de julio de 2008
Los Amigos por San Agustín
Esto es lo que se ama en los amigos…
“…conversar y reír juntos,
obsequiarnos con mutuas benevolencias;
bromearnos unos a otros
y leer en compañía libros agradables;
disentir a veces sin odios ni querella,
como cuando el hombre discute consigo mismo,
y condimentar con esos raros disentimientos
una estable concordia;
enseñarnos algo unos a otros,
o aprender algo unos de otros;
echar de menos con dolor a los ausentes
y recibirlos con alegría a su regreso.
Con estos y otros parecidos signos de afecto,
de esos que salen del corazón
cuando las gentes se quieren bien
y que se manifiestan por los ojos,
por la palabra, por la expresión del rostro
y de mil otros modos gratísimos,
las almas se funden como al fuego
y de muchas, se hace una.”
>
> San Agustín (354 – 430)
> Confesiones, Libro 4, cap. 8
jueves, 24 de julio de 2008
RESISTIRÉ (canción) de La Calva y Toro
Cuando pierda todas las partidas
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz
Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerse en pie
Cuando se revelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared
Resistiré erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla pero siempre
Sigue en pie
Resistiré
para seguir viviendo
Soportare los golpes
Y jamás me rendiré
Y aunque los sueños
se me rompan en pedazos
Resistiré
Cuando el mundo pierda toda magia
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no conozca ni mi voz
Cuando me amenace la locura
Cuando mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O sí alguna vez me faltas tú
Resistiré erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla pero siempre
Sigue en pie
Resistiré
para seguir viviendo
Soportare los golpes
Y jamás me rendiré
Y aunque los sueños
se me rompan en pedazos
Resistiré
Cuando duerma con la soledad
Cuando se me cierren las salidas
Y la noche no me deje en paz
Cuando sienta miedo del silencio
Cuando cueste mantenerse en pie
Cuando se revelen los recuerdos
Y me pongan contra la pared
Resistiré erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla pero siempre
Sigue en pie
Resistiré
para seguir viviendo
Soportare los golpes
Y jamás me rendiré
Y aunque los sueños
se me rompan en pedazos
Resistiré
Cuando el mundo pierda toda magia
Cuando mi enemigo sea yo
Cuando me apuñale la nostalgia
Y no conozca ni mi voz
Cuando me amenace la locura
Cuando mi moneda salga cruz
Cuando el diablo pase la factura
O sí alguna vez me faltas tú
Resistiré erguido frente a todo
Me volveré de hierro para endurecer la piel
Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
Soy como el junco que se dobla pero siempre
Sigue en pie
Resistiré
para seguir viviendo
Soportare los golpes
Y jamás me rendiré
Y aunque los sueños
se me rompan en pedazos
Resistiré
martes, 22 de julio de 2008
Agranda la Puerta por Miguel de Unamuno
lunes, 14 de julio de 2008
Elegía del niño marinero por Rafael Alberti
Marinerito delgado,
Luis Gonzaga de la mar,
¡qué fresco era tu pescado,
acabado de pescar!
Te fuiste, marinerito,
en una noche lunada,
¡tan alegre, tan bonito,
cantando, a la mar salada!
¡Qué humilde estaba la mar!
¡Él cómo la gobernaba!
Tan dulce era su cantar,
que le aire se enajenaba.
Cinco delfines remeros
su barca le cortejaban.
Dos ángeles marineros,
invisibles, la guiaban.
Tendió las redes, ¡qué pena!,
por sobre la mar helada.
Y pescó la luna llena,
sola en su red plateada.
¡Qué negra quedó la mar!
¡La noche qué desolada!
Derribado su cantar,
la barca fue derribada.
Flotadora va en el viento
la sonrisa amortajada
de su rostro. ¡Qué lamento
el de la noche cerrada!
¡Ay mi niño marinero,
tan morenito y galán,
tan guapo y tan pinturero,
más puro y bueno que el pan!
¿Qué harás pescador de oro,
allá en los valles salados
del mar? ¿Hallaste el tesoro
secreto de los pescados?
Deja, niño, el salinar
del fondo, y súbeme al cielo
de los peces y, en tu anzuelo,
mi hortelanito del mar.
AURORA (canción patriótica) de H.C. Quesada y L. Illica
música de Héctor Panizza
Alta en el cielo, un águila guerrera
audaz se eleva en vuelo triunfal;
azul un ala del color del cielo,
azul un ala del color del mar.
Así en la alta aurora irradial,
punta de flecha el áureo rostro imita,
y forma estela al purpurado cuello.
El ala es paño, el águila es bandera.
Es la bandera de la patria mía,
del sol nacida, que me ha dado Dios;
es la bandera de la patria mía,
del sol nacida, que me ha dado Dios;
es la bandera de la patria mía,
del sol nacida que me ha dado Dios.
viernes, 4 de julio de 2008
MEDITERRANEO (canción) de Joan Manuel Serrat
Quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa
y escondido tras las cañas duerme mi primer amor
llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya
y amontonado en tu arena guardo amor, juegos y penas.
Yo que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno
que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul
para que pintes de azul sus largas noches de invierno
a fuerza de desventuras tu alma es profunda y oscura.
A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos como el recodo al camino
soy cantor, soy embustero, me gusta el juego y el vino, tengo alma de marinero.
¡Qué le voy hacer! si yo nací en el Mediterráneo.
Y te acercas y te vas después de besar mi aldea
jugando con la marea te vas pensando en volver
eres como una mujer perfumadita de brea
que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme.
¡Ay!, si un día para mi mal viene a buscarme la parca
empujad al mar mi barca con un levante otoñal
y dejad que el temporal desguace sus alas blancas
y a mi enterradme sin duelo entre la playa y el cielo.
En la ladera de un monte más alto que el horizonte quiero tener buena vista
mi cuerpo será camino, le daré verde a los pinos y amarillo a la genista...
Cerca del mar porque yo nací en el Mediterráneo.
GARGANTA CON ARENA (tango) de Cacho Castaña
Ya ves,
el día no amanece,
"Polaco" Goyeneche,
cantame un tango más.
Ya vez,
la noche se hace larga,
tu vida tiene un karma,
cantar, siempre cantar.
Tu voz,
que al tango lo emociona,
diciendo el punto y coma
que nadie le cantó.
Con tu voz,
con duendes y fantasmas,
respira tu en el asma
de un viejo bandoneón.
Canta,
garganta con arena,
tu voz tiene la pena
que Malena no cantó.
Canta,
que Juarez te condena
al lastimar tu pena,
con su blanco bandoneón.
Canta,
la gente está aplaudiendo,
aunque te estes muriendo
no conocen tu dolor.
Canta,
que Troilo desde el cielo,
debajo de tu almohada,
un verso te dejó.
Cantor, de un tango algo insolente,
hiciste que a la gente le duela tu dolor.
Cantor, de un tango equilibrista,
más que cantor artista, con vicios de cantor.
Ya ves, a mi y a Buenos Aires,
nos falta siempre el aire
cuando no esta tu voz,
a vos, que tanto me enseñaste,
el día que cantaste conmigo una canción.
Canta,
garganta con arena,
tu voz tiene la pena
que Malena no cantó.
Canta,
que Troilo desde el cielo,
debajo de tu almohada,
un verso te dejó.
LA SANGRE SOBRE EL PISO por Alejandro R. Melo
La sangre corría sobre el piso de madera entablonada del chalet del Dr. Rinaldi. En el piso, tapada con papeles de diario, estaba la víctima: la mujer de Rinaldi. El asesinato se había cometido hace unas pocas horas, y en el chalet no había otros signos de violencia o de robo. No había desorden ni indicios de pelea. Simplemente la mujer muerta sobre el piso de living, con un balazo en la cabeza. La mujer estaba vestida, con ropa común: un jean, una remera, zapatos rojos como de charol, aunque seguramente eran de algún tipo de plástico. El comisario Benítez se movía nervioso enfundado en su impermeable beige de siempre, ese por el cual sus hombres socarronamente se preguntaban si alguna vez se lo sacaba para ir a bañarse. Los patrulleros que habían concurrido al lugar seguían con sus balizas encendidas. Los vecinos empezaban a agolparse sobre la barrera de cintas amarillas que había puesto la policía para cercar la escena del crimen. La policía científica, con guardapolvos blancos y guantes de látex buscaba afanosamente levantar huellas digitales o restos de algún cabello o elemento que permitieran identificar al asesino.
Sentado en un escalón de la escalera de madera que lleva a los dormitorios superiores estaba el Dr. Rinaldi tomándose la cabeza con las manos mientras sollozaba.
Entré acompañado de uno de mis Secretarios y el Comisario Benitez se acercó a saludarme.
-¿Algún indicio de quien hizo esto?- Pregunté sin más.
- Por ahora no- Respondió lacónicamente Benítez, con sus formas esquivas habituales (nunca me cayó muy bien este tipo).
- ¿Tiene algún sospechoso?
- Por ahora no lo digo, porque me parece prematuro, pero desde luego los primeros sospechosos son los miembros de la familia...
- ¿Está Ud. sospechando del Dr. Rinaldi?
- Nunca hay que descartar nada Su Señoría.
- Mañana, a primer hora quiero en mi despacho los informes para evaluar a quien citar. Desde luego vamos a esperar el informe del forense. ¿Hay signos de pelea o de violación?
- No aparentemente, lo que me lleva a sospechar más de la familia. La mujer no se defendió, por lo menos macroscópicamente eso es lo que puede verse, ya que el forense dirá si bajo sus uñas hay signos de algún intento de defensa o tiene heridas o maguyones en el cuerpo.
Con el correr de las horas y de los días se iba haciendo más grande el misterio. La policía interrogó al viudo y a los hijos de la occisa, pero todos tenían una buena coartada. Incluso el Dr. Rinaldi aparecía lejos de la escena del crimen a la hora en que, según el médico forense, se había producido el disparo. Era cierto que fue el propio Rinaldi quien encontró el cadáver, pero también lo era que existían pacientes que podían atestiguar que el esposo estaba atendiendo en el consultorio en el momento de la muerte. Los hijos también estaban fuera de la casa y en compañía de terceras personas. Es más, uno de mis hijos estaba en el mismo lugar que ellos y me confirmó que los había visto cuando recibieron el llamado advirtiéndoles sobre el trágico fin de su madre.
El informe del médico forense de turno fue concluyente: no había signos de violencia física ni de violación y ni siquiera de que la mujer hubiera tenido relaciones sexuales en muchas horas.
Me aseguré que el médico que hizo la autopsia no fuera amigo personal de Rinaldi. En estos pueblos chicos, donde todos se conocen, son precauciones que se deben tomar para evitar los encubrimientos, sobre todo tratándose el sospechoso de un médico.
Tampoco el informe de la Policía Científica me daba algún indicio relevante (lo cual no me extrañó dada la precariedad de medios y el poco cuidado que suelen tener nuestros policías a la hora de preservar la evidencia). No había huellas dactilares, ni huellas de zapatos o zapatillas, no había rotura de ventanas o violación de cerraduras, ni restos de cabello u otro elemento que pudiera ser tomado para una análisis de ADN, ni signos de pelea en el ambiente. Algo relevante para las posibilidades de esclarecimiento: no se encontró el arma ni el casquillo del proyectil.
Interrogué al viudo, quien estaba visiblemente apesadumbrado. Era evidente que no tenía ni idea de lo que había pasado y que estaba totalmente sorprendido por el desenlace. El me confirmó que en la casa había unos dólares guardados, pero que no habían sido tocados. "Siempre, -me dijo-, hablamos con mi mujer de que no se debía resistir a un asalto, y en el caso de que se metieran en la casa, existían esos dólares para conformar a los ladrones."
Tampoco se habían llevado la notebook del médico, ni el equipo de audio -que suele ser un botín preferido por los rateros- ni el televisor de plasma. Todo indicaba a esa altura que el homicidio no tenía que ver con un intento de robo.
Llamé a declarar a los hijos de la víctima. Ninguno parecía tener idea de los móviles del crimen. La mujer tenía una vida normal. El único punto suelto, según la declaración de los hijos, parecía ser el hecho de que era profesora de geografía en en el Colegio Nacional, lo cual llevaba a sospechar que pudiera tratarse de la venganza de algún alumno aplazado.
Investigué a sus colegas del Nacional. Era una mujer querida y sus alumnos ninguno parecía tener una actitud de rechazo a su manera de enseñar o de calificar: es más, era una de las profesoras más benignas con las notas de todo el colegio.
Interrogué a sus parientes cercanos y a los vecinos. Nadie escuchó nada en el momento del crimen y ninguno dio datos relevantes. Indagué sobre qué tipo de vida social tenía. Si alguno sabía de la existencia de un amante o de problemas con el marido, de conflictos económicos, o de algún negocio particular que se me hubiese escapado. Nadie tenía ninguna sospecha ni pudo agregar algún elemento.
Libré oficio al Banco Provincia y al Banco Nación para saber si tenía cuenta (ella y su familia), y cuál había sido la evolución de las mismas en los últimos doce meses. Nada parecía indicar que su patrimonio hubiese fluctuado significativamente en forma reciente. Mas bien su vida parecía ser ordenada y bucólica. Nada de emociones fuertes ni de grandes conflictos. Tampoco el corredor de seguros del pueblo tenía ninguna póliza de seguro de vida que cubriera su muerte. Además, como él me dijo, ya no quedan pólizas en el país que cubran muertes intencionales, por lo que en esos casos siempre cae la cobertura.
Recibí el informe de la pericia balística. Era concluyente pero aportaba poco respecto del autor material del hecho: le habían disparado a poca distancia (tres metros a lo sumo) con una 9 mm; el autor era derecho y de estatura mediana según el ángulo de ingreso del proyectil.
Sólo me quedaba tener una conversación con el zorro del Comisario Benítez, por si tenía alguna pista que todavía no me hubiese comunicado. Hay que tener mucho cuidado con estos tipos, siempre se traen algo bajo el poncho.
Llegó al juzgado puntualmente. Le hice servir un café y lo senté delante mío.
- No tengo ningún elemento en la causa que me indique quien pudo haber sido ni los móviles del homicidio. ¿Algún indicio?, ¿Alguna sospecha?
- Señor Juez, es la primera vez en treinta años de servicio que no tengo elementos para resolver un crimen. Investigué a sus relaciones. Sus asuntos económicos, sus parientes y nada....Parecía más bien una vida tan monótona como ordenada. Era una mujer apreciada entre sus vecinos.
- Es como si se tratara del crimen perfecto ¿no?
- Ningún crimen es perfecto, Su Señoría. Lo único que por ahora puedo decir, es que no hemos encontrado evidencia ni del móvil ni del autor del delito. Sí, puedo descartar algunos elementos que lo hacen más difícil: no hubo un móvil de robo. No hubo violación ni violencia física. La víctima conocía a su asesino porque le permitió el ingreso a su casa ya que no había signos de haber sido forzadas las cerraduras ni las ventanas. El asesino o asesina actuó con premeditación o por lo menos con sangre fría: nadie escuchó una discusión y tuvo la precaución de hacer desaparecer el arma y el casquillo. Para asegurarme, verifiqué si había restos de pólvora en las manos del esposo, de los hijos, de los parientes más cercanos, de algunos vecinos y de la empleada doméstica. Nada. Ni un solo indicio. El marido, siendo médico, pudo haber lavado con alguna sustancia la evidencia, pero otros elementos lo ubican lejos de la escena del crimen en el momento en que se produjo. Para mí que se trató de un crimen por encargo...ahora, ¿de quién? y ¿por qué?. No lo sabemos. Pero algún día se va a descubrir. Por ahora, estoy haciendo seguir al marido, a ver si tiene una amante...
- Por mi parte, y luego de varios meses de investigación, por ahora debo ordenar el archivo de las actuaciones -le comuniqué a Benítez sin más-.
- Proceda Ud., Su Señoría, que ya veremos en el futuro si hay algún elemento nuevo...
Al día siguiente, ordené al Secretario que preparara el auto de archivo de la causa. Ni bien firmé el auto, abrí el cajón del escritorio, saqué la pistola y la guardé, envuelta en un paño, en la caja de seguridad.
Sentado en un escalón de la escalera de madera que lleva a los dormitorios superiores estaba el Dr. Rinaldi tomándose la cabeza con las manos mientras sollozaba.
Entré acompañado de uno de mis Secretarios y el Comisario Benitez se acercó a saludarme.
-¿Algún indicio de quien hizo esto?- Pregunté sin más.
- Por ahora no- Respondió lacónicamente Benítez, con sus formas esquivas habituales (nunca me cayó muy bien este tipo).
- ¿Tiene algún sospechoso?
- Por ahora no lo digo, porque me parece prematuro, pero desde luego los primeros sospechosos son los miembros de la familia...
- ¿Está Ud. sospechando del Dr. Rinaldi?
- Nunca hay que descartar nada Su Señoría.
- Mañana, a primer hora quiero en mi despacho los informes para evaluar a quien citar. Desde luego vamos a esperar el informe del forense. ¿Hay signos de pelea o de violación?
- No aparentemente, lo que me lleva a sospechar más de la familia. La mujer no se defendió, por lo menos macroscópicamente eso es lo que puede verse, ya que el forense dirá si bajo sus uñas hay signos de algún intento de defensa o tiene heridas o maguyones en el cuerpo.
Con el correr de las horas y de los días se iba haciendo más grande el misterio. La policía interrogó al viudo y a los hijos de la occisa, pero todos tenían una buena coartada. Incluso el Dr. Rinaldi aparecía lejos de la escena del crimen a la hora en que, según el médico forense, se había producido el disparo. Era cierto que fue el propio Rinaldi quien encontró el cadáver, pero también lo era que existían pacientes que podían atestiguar que el esposo estaba atendiendo en el consultorio en el momento de la muerte. Los hijos también estaban fuera de la casa y en compañía de terceras personas. Es más, uno de mis hijos estaba en el mismo lugar que ellos y me confirmó que los había visto cuando recibieron el llamado advirtiéndoles sobre el trágico fin de su madre.
El informe del médico forense de turno fue concluyente: no había signos de violencia física ni de violación y ni siquiera de que la mujer hubiera tenido relaciones sexuales en muchas horas.
Me aseguré que el médico que hizo la autopsia no fuera amigo personal de Rinaldi. En estos pueblos chicos, donde todos se conocen, son precauciones que se deben tomar para evitar los encubrimientos, sobre todo tratándose el sospechoso de un médico.
Tampoco el informe de la Policía Científica me daba algún indicio relevante (lo cual no me extrañó dada la precariedad de medios y el poco cuidado que suelen tener nuestros policías a la hora de preservar la evidencia). No había huellas dactilares, ni huellas de zapatos o zapatillas, no había rotura de ventanas o violación de cerraduras, ni restos de cabello u otro elemento que pudiera ser tomado para una análisis de ADN, ni signos de pelea en el ambiente. Algo relevante para las posibilidades de esclarecimiento: no se encontró el arma ni el casquillo del proyectil.
Interrogué al viudo, quien estaba visiblemente apesadumbrado. Era evidente que no tenía ni idea de lo que había pasado y que estaba totalmente sorprendido por el desenlace. El me confirmó que en la casa había unos dólares guardados, pero que no habían sido tocados. "Siempre, -me dijo-, hablamos con mi mujer de que no se debía resistir a un asalto, y en el caso de que se metieran en la casa, existían esos dólares para conformar a los ladrones."
Tampoco se habían llevado la notebook del médico, ni el equipo de audio -que suele ser un botín preferido por los rateros- ni el televisor de plasma. Todo indicaba a esa altura que el homicidio no tenía que ver con un intento de robo.
Llamé a declarar a los hijos de la víctima. Ninguno parecía tener idea de los móviles del crimen. La mujer tenía una vida normal. El único punto suelto, según la declaración de los hijos, parecía ser el hecho de que era profesora de geografía en en el Colegio Nacional, lo cual llevaba a sospechar que pudiera tratarse de la venganza de algún alumno aplazado.
Investigué a sus colegas del Nacional. Era una mujer querida y sus alumnos ninguno parecía tener una actitud de rechazo a su manera de enseñar o de calificar: es más, era una de las profesoras más benignas con las notas de todo el colegio.
Interrogué a sus parientes cercanos y a los vecinos. Nadie escuchó nada en el momento del crimen y ninguno dio datos relevantes. Indagué sobre qué tipo de vida social tenía. Si alguno sabía de la existencia de un amante o de problemas con el marido, de conflictos económicos, o de algún negocio particular que se me hubiese escapado. Nadie tenía ninguna sospecha ni pudo agregar algún elemento.
Libré oficio al Banco Provincia y al Banco Nación para saber si tenía cuenta (ella y su familia), y cuál había sido la evolución de las mismas en los últimos doce meses. Nada parecía indicar que su patrimonio hubiese fluctuado significativamente en forma reciente. Mas bien su vida parecía ser ordenada y bucólica. Nada de emociones fuertes ni de grandes conflictos. Tampoco el corredor de seguros del pueblo tenía ninguna póliza de seguro de vida que cubriera su muerte. Además, como él me dijo, ya no quedan pólizas en el país que cubran muertes intencionales, por lo que en esos casos siempre cae la cobertura.
Recibí el informe de la pericia balística. Era concluyente pero aportaba poco respecto del autor material del hecho: le habían disparado a poca distancia (tres metros a lo sumo) con una 9 mm; el autor era derecho y de estatura mediana según el ángulo de ingreso del proyectil.
Sólo me quedaba tener una conversación con el zorro del Comisario Benítez, por si tenía alguna pista que todavía no me hubiese comunicado. Hay que tener mucho cuidado con estos tipos, siempre se traen algo bajo el poncho.
Llegó al juzgado puntualmente. Le hice servir un café y lo senté delante mío.
- No tengo ningún elemento en la causa que me indique quien pudo haber sido ni los móviles del homicidio. ¿Algún indicio?, ¿Alguna sospecha?
- Señor Juez, es la primera vez en treinta años de servicio que no tengo elementos para resolver un crimen. Investigué a sus relaciones. Sus asuntos económicos, sus parientes y nada....Parecía más bien una vida tan monótona como ordenada. Era una mujer apreciada entre sus vecinos.
- Es como si se tratara del crimen perfecto ¿no?
- Ningún crimen es perfecto, Su Señoría. Lo único que por ahora puedo decir, es que no hemos encontrado evidencia ni del móvil ni del autor del delito. Sí, puedo descartar algunos elementos que lo hacen más difícil: no hubo un móvil de robo. No hubo violación ni violencia física. La víctima conocía a su asesino porque le permitió el ingreso a su casa ya que no había signos de haber sido forzadas las cerraduras ni las ventanas. El asesino o asesina actuó con premeditación o por lo menos con sangre fría: nadie escuchó una discusión y tuvo la precaución de hacer desaparecer el arma y el casquillo. Para asegurarme, verifiqué si había restos de pólvora en las manos del esposo, de los hijos, de los parientes más cercanos, de algunos vecinos y de la empleada doméstica. Nada. Ni un solo indicio. El marido, siendo médico, pudo haber lavado con alguna sustancia la evidencia, pero otros elementos lo ubican lejos de la escena del crimen en el momento en que se produjo. Para mí que se trató de un crimen por encargo...ahora, ¿de quién? y ¿por qué?. No lo sabemos. Pero algún día se va a descubrir. Por ahora, estoy haciendo seguir al marido, a ver si tiene una amante...
- Por mi parte, y luego de varios meses de investigación, por ahora debo ordenar el archivo de las actuaciones -le comuniqué a Benítez sin más-.
- Proceda Ud., Su Señoría, que ya veremos en el futuro si hay algún elemento nuevo...
Al día siguiente, ordené al Secretario que preparara el auto de archivo de la causa. Ni bien firmé el auto, abrí el cajón del escritorio, saqué la pistola y la guardé, envuelta en un paño, en la caja de seguridad.
jueves, 3 de julio de 2008
CAFÉ LA HUMEDAD (tango) de Cacho Castaña
Humedad...
Llovizna y frío...
Mi aliento empaña
el vidrio azul del viejo bar.
No me pregunten si hace mucho que la espero:
un café que ya está frío y hace varios ceniceros.
Aunque sé que nunca llega
siempre que llueve voy corriendo hasta el café,
y sólo cuento con la compañía de un gato
que al cordón de mi zapato lo destroza con placer.
Café La Humedad, billar y reunión...
Sábado con trampas... ¡Qué linda función!
Yo solamente necesito agradecerte
la enseñanza de tus noches
que me alejan de la muerte.
Café La Humedad, billar y reunión...
Dominó con trampas. ¡Qué linda función!
Yo simplemente te agradezco las poesías
que la escuela de tus noches
le enseñaron a mis días.
Soledad de soltería... Son treinta
abriles ya cansados de soñar.
Por eso vuelvo hasta la esquina del boliche
a buscar la barra eterna de Gaona y Boyacá.
¡Ya son pocos los que quedan!
Vamos, muchachos, esta noche a recordar
una por una las hazañas de otros tiempos
y el recuerdo del boliche que llamamos La Humedad.
UNO (tango) por Enrique Santos Discépolo
letra: Enrique S. Discépolo.
Música: Mariano Mores.
Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias...
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina.
Uno va arrastrandose entre espinas
y en su afan de dar su amor
sufre y se destroza hasta entender,
que uno se ha quedado sin corazon...
Precio de castigo que uno entrega
por un beso que no llega
o un amor que lo engaño.
Vacio ya de amar y de llorar
tanta traicion!...
Si yo tuviera el corazon,
el corazon que di...
Si yo pudiera como ayer
querer sin presentir...
Es posible que a tus ojos
que me gritan su cariño
los cerrara con mis besos...
Sin pensar que eran como esos
otros ojos, los perversos
los que hundieron mi vivir...
Si yo tuviera el corazon,
el mismo que perdi...
Si olvidara a la que ayer
lo destrozo, y pudiera amarte,
me abrazaria a tu ilusion
para llorar tu amor.
Pero Dios te puso en mi camino
sin pensar que ya es muy tarde
y no sabre como quererte...
Dejame que llore
como aquel que sufre en vida
la tortura de llorar su propia muerte.
Pura como sos habrias salvado
mi esperanza con tu amor...
Uno esta tan solo en su dolor,
Uno esta tan ciego en su penar...
Pero un frio cruel
que es peor que el odio,
punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor,
maldijo para siempre y me robo
toda ilusion...
Música: Mariano Mores.
Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias...
Sabe que la lucha es cruel
y es mucha pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina.
Uno va arrastrandose entre espinas
y en su afan de dar su amor
sufre y se destroza hasta entender,
que uno se ha quedado sin corazon...
Precio de castigo que uno entrega
por un beso que no llega
o un amor que lo engaño.
Vacio ya de amar y de llorar
tanta traicion!...
Si yo tuviera el corazon,
el corazon que di...
Si yo pudiera como ayer
querer sin presentir...
Es posible que a tus ojos
que me gritan su cariño
los cerrara con mis besos...
Sin pensar que eran como esos
otros ojos, los perversos
los que hundieron mi vivir...
Si yo tuviera el corazon,
el mismo que perdi...
Si olvidara a la que ayer
lo destrozo, y pudiera amarte,
me abrazaria a tu ilusion
para llorar tu amor.
Pero Dios te puso en mi camino
sin pensar que ya es muy tarde
y no sabre como quererte...
Dejame que llore
como aquel que sufre en vida
la tortura de llorar su propia muerte.
Pura como sos habrias salvado
mi esperanza con tu amor...
Uno esta tan solo en su dolor,
Uno esta tan ciego en su penar...
Pero un frio cruel
que es peor que el odio,
punto muerto de las almas,
tumba horrenda de mi amor,
maldijo para siempre y me robo
toda ilusion...
miércoles, 2 de julio de 2008
LA MUERTE TÉRMICA por Alejandro R. Melo
Estaba acostumbrado a rehuir los conflictos, como si tuviera miedo de la gente o como si los conflictos le fueran insoportables. Día a día se fue haciendo práctica en su vida: cualquier indicio de discusión o problema resonaba en su cabeza como una campanada insoportable, como un abismo del que había que huir con toda premura. Tal vez los afectos habían sido tan profundos, que cualquier posibilidad de ser lastimado, era interpretada por su ser como una catástrofe terrible. En su fantasía soñaba con un mundo ideal, con una isla donde los hombres y las mujeres hubieran vuelto a un estado de inocencia primigenia: nadie dañaba a nadie, nadie mentía, nadie era capaz de gritar o de imponer su voluntad a otro, nadie tenía vergüenza de su cuerpo ni del cuerpo de los otros, el aire era puro y el clima benigno, el mar rodeaba la isla y bañaba las playas como una caricia constante.
Sin embargo, y a pesar de sus sueños, toda su vida se iba tiñendo de un gris insoportable y sus acciones eran cada vez más mecánicas: desayunar, leer el diario, vestirse, ir al trabajo, llenar las planillas, soportar las horas de la oficina y los comentarios insulsos de sus compañeros de trabajo, tomar el subte, meterse en la casa.
Todos los días la misma e igual monotonía. Hasta había desarrollado una estrategia para no enfrentar en forma directa a quienes no le agradaban. No era capaz de decirles a la cara nada, pero los sometía a una progresiva y lenta indiferencia: lo que él llamaba "la muerte térmica".
Sin darse cuenta, esta táctica no era sino un reflejo de lo que él mismo estaba haciendo con su vida. Se estaba suicidando de a poco, sin sangre, sin estridencias, pero sumiéndose en la lejanía del ser. Así año tras año fue adquiriendo el aspecto de hombre gris. Rehuyendo las invitaciones de las personas que todavía lo apreciaban, escondiéndose en su soledad con las mil excusas necesarias para fundar su doctrina: "yo estoy bien así".
Pero sus pensamientos, no le impedían verse cada día al espejo y contemplarse cada vez más viejo, cada vez más encorvado y abandonado.
Aquel día, sin embargo, ocurrió algo diferente. Era sábado y sintió ganas de hacer algo distinto. Fue al patio y vio una rosa encarnada que se abría desafiante. Hacía tiempo que no miraba las flores. Se acercó y el perfume de la flor le embriagó el alma, pero al intentar tocarla, torpemente se pinchó con una de las espinas. No tardó en presentársele una grave infección y debieron llevarlo al hospital. Medio inconsciente por la fiebre comenzó a recibir antibióticos y a ser pinchado y torturado por las enfermeras. El pensaba que ya llegaba su fin, y razonaba que al final de cuentas por fin se libraría de esa vida sin sentido. En eso estaba cuando sintió una mano que le acariciaba la frente. Disfrutó unos instantes de la ternura de la caricia, que de alguna manera lo transportó a su infancia, y finalmente abrió los ojos y allí estaba. Lo estaba acariciando una enfermera, con unos ojos que no traslucían compasión sino cariño. Y pudo mirarse unos instantes en esos ojos profundos...Entonces, comprendió que aún estaba vivo.
Sin embargo, y a pesar de sus sueños, toda su vida se iba tiñendo de un gris insoportable y sus acciones eran cada vez más mecánicas: desayunar, leer el diario, vestirse, ir al trabajo, llenar las planillas, soportar las horas de la oficina y los comentarios insulsos de sus compañeros de trabajo, tomar el subte, meterse en la casa.
Todos los días la misma e igual monotonía. Hasta había desarrollado una estrategia para no enfrentar en forma directa a quienes no le agradaban. No era capaz de decirles a la cara nada, pero los sometía a una progresiva y lenta indiferencia: lo que él llamaba "la muerte térmica".
Sin darse cuenta, esta táctica no era sino un reflejo de lo que él mismo estaba haciendo con su vida. Se estaba suicidando de a poco, sin sangre, sin estridencias, pero sumiéndose en la lejanía del ser. Así año tras año fue adquiriendo el aspecto de hombre gris. Rehuyendo las invitaciones de las personas que todavía lo apreciaban, escondiéndose en su soledad con las mil excusas necesarias para fundar su doctrina: "yo estoy bien así".
Pero sus pensamientos, no le impedían verse cada día al espejo y contemplarse cada vez más viejo, cada vez más encorvado y abandonado.
Aquel día, sin embargo, ocurrió algo diferente. Era sábado y sintió ganas de hacer algo distinto. Fue al patio y vio una rosa encarnada que se abría desafiante. Hacía tiempo que no miraba las flores. Se acercó y el perfume de la flor le embriagó el alma, pero al intentar tocarla, torpemente se pinchó con una de las espinas. No tardó en presentársele una grave infección y debieron llevarlo al hospital. Medio inconsciente por la fiebre comenzó a recibir antibióticos y a ser pinchado y torturado por las enfermeras. El pensaba que ya llegaba su fin, y razonaba que al final de cuentas por fin se libraría de esa vida sin sentido. En eso estaba cuando sintió una mano que le acariciaba la frente. Disfrutó unos instantes de la ternura de la caricia, que de alguna manera lo transportó a su infancia, y finalmente abrió los ojos y allí estaba. Lo estaba acariciando una enfermera, con unos ojos que no traslucían compasión sino cariño. Y pudo mirarse unos instantes en esos ojos profundos...Entonces, comprendió que aún estaba vivo.
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