lunes, 22 de enero de 2007
PEDIDO DE MANO de Luis Landriscina
Una cosa que ha ido variando con el paso del tiempo, y recurro también a la memoria de los mayores: el protocolo o la institución que fue alguna vez el noviazgo. Y esto a los más chicos les va a resultar hasta risueño, gracioso tal vez, porque yo voy a refrescarles la memoria a los mayores lo que era estar de novio hace unos años: primero había que conseguir la dama, que ella viera si el venía con buenas intenciones, le dedicara alguna sonrisa y se encontraran a la salida del cine, a la salida de misa o en un baile. Pero cuando ya se entablaba una relación, uno no podía llegar hasta la casa; llegaba una cuadra antes, porque no estaba autorizado ya que no había pedido la mano.
Y las madres de las chicas se justificaban con las vecinas diciendo: es una "simpatía" de la nena pero no hay nada serio todavía. Y cuando se establecía la relación ya concreta y la cosa pintaba para casamiento, había que pedir la mano y había que ir a la casa de la novia, y había un rito para esto. Se elegía una noche, que podía ser jueves a la noche o sábado a la noche, y se hacia cena con picada y todo, y los dueños de casa, o sea las familiares de la novia, se vestían como para comunión, todos de negro o azul oscuro; a veces hasta los abuelos estaban para conocer al candidato, y los más chicos con un moño enorme, parecían gato de rico... Y venia el novio y saludaba a todos, mano a mano, y se comía en un clima de cierta rigidez protocolar: se agarraba el cubierto como nunca se agarraba con el dedito para arriba, y no se volcaba vino para nada, y después de la cena el padre y la madre de la muchacha lo invitaban a pasar a la sala al candidato. La chica quedaba afuera y él exponía sus intenciones y sus posibilidades en la vida. Y de acuerdo a si llenaba las expectativas que tenían los padres para el futuro de su hija, le decían.
-Bueno, desde la semana que viene puede considerarse como uno más de la casa, casa que entendemos que usté va a respetar, respetando a nuestra hija. A partir del jueves que viene, usté puede venir jueves y sábado de noche, domingos a la tarde, porque el lunes se trabaja, y los jueves y sábado incluye cena en la visita; usté va a ser bienvenido en nuestra mesa. Y hay novios que han engordado con el sistema. Y eso no me pueden negar que ha cambiado, porque hoy en día si los hijos te avisan que se van a casar ya es un homenaje a los padres. Hay algunos que te avisan después. Y bueno: éste es el caso de la historia que les voy a contar. Una chica de este tiempo con un muchacho de aquel tiempo. Mejor dicho, el padre de la chica, hombre de aquel tiempo; la parejita, de esta época, modernos los dos.
El padre de la chica, patriarca, conservador, tradicionalista, fiel a sus propios principios y convicciones, llamó a su hija y le dijo:
Dígale al mocito ése que anda con usté que venga a hablar conmigo en relación a uste.
Y la chica muy moderna le dice:
¡Pero, papá! ¡Estas cosas no se usan más ya!
Le clavó los ojos el viejo.
Lo que se usa de las puertas de casa afuera me tiene muy sin cuidado. A mí me importa lo que se usa de las puertas de casa para adentro. Las leyes de la casa las dicto yo, y usté es parte de mi casa. Y dígale al caballerito ese, eh, que si quiere seguir viéndose con usté lo espero hasta el jueves. Después del jueves que busque otra novia. Y viá tener la delicadeza de esperarlo con una cena.
Y fue la chica a hablar con el muchacho y le dijo:
Mira que vas a tener que hablar con papá.
¡Está loco tu viejo!.
- Pero mirá que papá...
¡Pero esta loco! ¿Qué te pensás! ¡Qué me voy a vestir de D’Artágnan como en el siglo pasado; voy a ir con la capa y la espada y el sombrero y le hago la corte...? ¡Nooo!, ¡Eso es del siglo pasado! ¡Disculpame, Carmencita!.
Mirá que papá dice que no nos vamos a ver más...
Así que por cariño a la chica al final fue. Jueves a la noche: picada y cena. En la picada nomás va el padre vio mal parado al candidato. Así que lo encaró antes, cosa de ahorrarse la cena. Lo hizo pasar para adentro; se sentaron, se sentó, mejor dicho, el padre de la chica, a él lo dejó parado; cerró la puerta; no había mas nádie; de hombre a hombre: era la cosa. Un sillón de esos de gobernación de provincia, bien afirmado. Lo miró a los ojos y dijo:
Usté verá qué es lo que me tiene que decir, mocito.
Y el otro, medio desfachatadón dice:
- Bueno, yo le vengo a avisar para que no se entere por boca de ganso, que ando enoviando con su hija y quise avisarle algunas cosas de mi vida pa’ que no se las tenga que averiguar por las chismosas de la zona. Soy bastante trasnochador, fumo y chupo como loco, me doy vuelta p’afuera, soy muy timbero, vivo en el hipódromo, me encanta la timba...
Al viejo se le iba encrespado el cuero del cogote... como puma para saltar... Y el otro sigue enumerando sus virtudes.
Dice
Soy bastante mujeriego, gracias a Dios...
No podía creerlo el padre de la chica.
jPero usté no tiene vergüenza!
Tampoco tengo vergüenza... Eso sí: tengo tres estancias y una fábrica funcionando.
Bueno -dice el viejo- ¡Perfecto no hay nadie en la vida!.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
No entiendo
Alguien q me allude.
El padre quería controlar con quien salía su hija. El novio le planteó de entrada que era una persona con muchos defectos sociales, pero todo se diluyó cuando le hizo saber al padre que tenía dinero.
El pedir la mano de la novia, viene de una tradición desde la época de los romanos. En Roma antigüa había dos tipos de casamientos: ¨cum manu¨ y ¨sine manu¨, dicho en Español, con mano o sin mano. La diferencia estaba en que en el matrimonio con mano, el nuevo esposo o su pater familiae ponía la mano sobre el hombro de la novia, y eso significaba que la mujer pasaba de una familia a la otra, bajo todo el poder del pater familia del esposo. En el matrimonio sine manu, la mujer si bien se casaba, seguía perteneciendo a la gens o gran familia de la que provenía, y continuaba sometida al poder de su pater familiae,
Esto pasó los siglos y el sometimiento de la mujer, que no tenía ni derechos de manejar su propio patrimonio, estaba sometida a las decisiones de su esposo. Así, conceder la mano, implicaba que se aprobaba el casamiento con el sujeto. Una vez que la mujer que se casaba, era considerada como una incapaz de hecho, igual que un menor, por lo que dependía en todo para los actos jurídicos de su esposo. Aunque tenía derechos, no podía ejercerlos por si misma.
Publicar un comentario