jueves, 25 de agosto de 2016

DIVAGUES ASTRONÓMICOS por Alejandro R. Melo



Contemplando las estrellas pienso en todo el tiempo que he perdido sin mirar para el cielo...y cuanto tiempo hace que las estrellas me contemplan.
Pienso en lo que nos convertimos al deshacerse nuestro cuerpo físico y en lo que hemos sido desde el principio de los tiempos antes que el alma anidara en nuestro cuerpo. Pienso en los que creen que el universo nació solo y en los que piensan que nunca nació y que es eterno.
Una serie de contradicciones se derivan de todo ello: ¿cómo donde no hay nada aparece algo? Y ¿cómo ese algo no es una masa amorfa como el resto de la materia, sólo moldeada por los cataclismos, pero inerte. He leído últimamente varios estudios científicos y no terminan de explicar sus contradicciones. ¿Cómo es el salto de la materia inerte a la vida?
Hay algo que falta, porque contra toda lógica el universo biológico se ordenó, se reprodujo, se seleccionó, pasó por muchas catástrofes naturales y se reconstruyó. San Agustín decía que Dios había puesto la “razón seminal” de toda la Creación, de la cual han derivado todas las cosas inanimadas y animadas. Y pienso, animada viene “anima” o sea, de alma. Tal vez, ese sea el eslabón que le falta a la ciencia: reconocer el soplo divino en la vida.
Muchas dudas tienen aún los científicos: hasta principios del siglo XX creían que la galaxia era todo el universo. Hubble probó que la Vía Láctea era sólo una entre millones de galaxias y obtuvo la evidencia visual. Corría el año 1923, era el mismo año en que nacía mi mamá. Apenas hace poco más de 90 años, lo cual es nada en la historia humana y en los millones de años de la tierra. Luego probaron algo impensado: el Big Bang, es decir, que el universo, por lo menos el nuestro, nació de un solo punto, y ello si lo pensamos bien, tan sólo hace unos 13.800 millones de años.
Por las leyes de la física sabían los científicos que esa expansión provocada por la explosión llegaría un momento en que se desaceleraría, es decir, la lógica es que de la violenta explosión inicial el universo se expandiera a una velocidad que poco a poco iría perdiendo energía. Pero para sorpresa de todos, resulta que luego viene a descubrirse que el universo no sólo se está expandiendo (lo cual sería lógico por la inercia de la explosión), sino que increíblemente, cuanto más se expande, más se acelera esa expansión! El corrimiento al rojo en el espectro demuestra claramente esta realidad. Entonces aparece la búsqueda de la razón de este hecho increíble. Descubren los agujeros negros (que nadie sabe exactamente donde dan y que función tienen), y algo inesperado para justificar la expansión: la energía oscura (que sería justamente una fuerza antigravitacional o anti gravitatoria, responsable, según se supone, de que el universo se acelere en su expansión), y la materia oscura (inaccesible para la luz, por lo menos en las frecuencias que podemos percibir), pero responsable de efectos gravitacionales sobre las galaxias y estrellas. Todo esto se ha descubierto en poco más de un siglo.
Pienso en que debería estar mareado: la tierra está girando en este preciso momento sobre su eje a la vertiginosa velocidad de 1.800 km/h. En realidad nada, si pensamos que su traslación es de 108.000 km/h. Pero que también se mueve el sol junto con todo el sistema solar a una velocidad de 700.000 km/h alrededor de la galaxia. Pero el número es pequeño si pienso que la Vía Láctea se desplaza ahora mismo por el universo a una velocidad de 2.5 millones de km/h. Qué mareo!
En fin, yo miro a las estrellas, y ellas me miran a mi: sólo que cuando ellas me miran yo todavía no había nacido y cuando yo las miro, en muchos casos, ellas ya no existen hace miles de años. Curiosidades de la vista, que percibe la luz que sólo se traslada a 300.000 km/segundo en un universo observable de unos 93.000 millones de años luz (la luz recorre en un año algo así como 10 billones de kilómetros).
Vuelvo sobre mí, y recuerdo que allá por 1974, mi mamá se volvía en micro de San Bernardo, dejándonos a mi padre y a mí en la playa, porque mi abuela estaba muy enferma. Recuerdo que me contó que miraba por la ventanilla las estrellas y que se dijo que mientras pudiera ver una estrella muy brillante, mi abuela viviría. Bueno, mi abuela sobrevivió (al menos por esa vez), y mi madre regresó a sus vacaciones.
Algo que me convenció de mirar al cielo son los años y la certeza que la astronomía nos hace más humildes. Nos hace comprender lo pequeño que somos y a la vez nos hace ver que todos los importantes problemas por los que diariamente nos desvelamos, no son nada en la historia de la humanidad, en la historia del planeta, del sistema solar, de la galaxia, del universo (¿de los multiversos?). A la luz de la astronomía, toda la soberbia de los prepotentes se hace ridícula, risible.
Polvo al polvo, “recuerda hombre que eres polvo y en polvo te convertirás”, en realidad somos átomos, antes de ser hombres y luego de serlo también, sólo que organizados de otra forma.
Un gran misterio es el hombre, tan presuntuoso, y sin embargo tan débil que una simple bacteria es capaz de hacerlo desaparecer.
Durante mucho tiempo se buscó la armonía en el universo: los círculos perfectos, reflejos de la perfección del Creador. Luego aparecieron los que hablaron del caos, para finalmente comprender que aún en el caos hay una cierta armonía, una forma de organizarse que tal vez no está a simple vista o que va más allá de nuestro entendimiento.
El hombre, como diría el filósofo, “está en el horizonte de la eternidad”, con los pies en la tierra pero contemplando el Cosmos y aún más allá. ¿Qué es esa sed de trascendencia? ¿Sólo un epifenómeno de la soberbia humana? Sólo el hombre sobre la faz de la tierra es capaz de meditar sobre el más allá...El mono que habla está hace miles de años estupefacto: ¿qué hay más allá?
Y en toda nuestra pequeñez, adivinamos que nada es porque si, nada es casual: “Dios no juega a los dados con el universo” –dijo Einstein-.
Pero aún así necesitamos algo más personal, algo que nos acurruque como una madre tierna, algo que nos proteja y nos escuche, entonces pensamos en el Creador como nuestro Salvador.
Pienso en lo que dijo San Agustín: “¿Cómo es que somos tan pequeños, si somos un tesoro para Ti?”, para sólo rendirse a su intuición o a su fe, como mejor nos guste:“Porque nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí”.



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