lunes, 9 de agosto de 2010

Jean Guiton: de la vida a la Vida por Francesca Pini

Je n´ai pas le droit de mourir avant l'an 2000 (no puedo morir antes del 2000), me repetía, a menudo, Jean Guitton. Expiró el domingo de Cuaresma en el que el Evangelio proclama la resurrección de Lázaro, signo preciso y luminoso, para él, que hizo de la relación entre tiempo y eternidad el objeto de su reflexión filosófica:

Cuando se llega al final de la propia existencia y se mira en su totalidad, uno se da cuenta de no haber abandonado jamás la eternidad. La vida humana es ya una participación misteriosa en la eternidad divina. Como san Francisco hablaba de la hermana muerte: un estado de pureza grande que reduce a cada uno a su esencia; sostenía también que la muerte no existe, ya que se pasa inmediatamente de un estado a otro, es decir, de la vida a la Vida. Del juicio particular ante Dios le preocupaban sus pecados de omisión.
El Misterio es otro tema fuerte que ocupa su vida, su reflexión. No se puede comprender, pero puede ser vivido. La oración es un acto tanto vertical como horizontal, porque se nutre de todas las instancias, los deseos, los momentos que el hombre vive, y es el extremo paso de la razón, porque con esa la “ratio” se transforma en “oratio”, completándola.

Para él, el drama de la existencia consistía en la coincidencia entre el tiempo que nosotros vivimos y el hecho de experimentar que somos eternos, como en el fondo decía Spinoza (por esto lo admiraba). Y es precisamente la vida cotidiana, tan llena de dificultades, la que permite descubrir la mediación entre lo eterno y el tiempo: mediador por excelencia entre estas dos realidades ha sido precisamente Jesús encarnado, muerto y resucitado.

SOBREVIR EN COLOR

Decía: Sobreviviré a mí mismo de dos modos: en blanco y negro, y en color, a través de mis escritos y mis pinturas. Amaba los colores porque los consideraba una anticipación de la gloria de Dios. En su estudio parisino, el espacio estaba netamente dividido entre centenares de

libros (de él también permanecen unas ochenta obras) y cuadros repartidos por todas partes, en un desorden muy artístico; sobre el caballete, en el medio del cuarto, un lienzo pintado por él representaba a su Pascal. Le encantaba, sobre todo, hacer retratos, porque en la cara reconocía la esencia del hombre. Como, precisamente, aquél de Pascal que le había enseñado que el hombre supera al hombre, que el pensar humano no puede ser medido con el pensamiento humano.

Jean Guitton era un extrovertido que invitaba a la interioridad. Todavía hasta hace unos años, todos los miércoles, un grupo de estudiantes se reunía en su casa: sentados por el suelo, estaban horas y horas escuchándole hablar de Platón, de Teilhard de Chardin, de la confrontación entre fe y ciencia. Pensaba, a menudo, en los jóvenes de mañana, antorchas por encender y no vasos por llenar con nociones sofocantes.
No he envejecido, sino que he vivido más juventudes, le gustaba decir, y esta convicción hacía de él verdaderamente un espíritu joven, a pesar de sus noventa y ocho años.

Era un hombre simpático, siempre pronto a la ironía, capaz de leerte con una mirada; decía saber intuir los destinos de las personas gracias a una inspiración mística: así desde el inicio, sabía que Louis Althusser, su mejor amigo y alumno, lo había traicionado (pero él, en su corazón, no renegó nunca de él).

A sus veinte años Guitton afirmaba que, en el siglo XX, para merecer plenamente el título de filósofo era necesario ser también físico y biólogo. Gran espíritu critico, Jean Guitton, que permaneció viudo, no quiso ser sacerdote para mantener su condición de laico, y poder buscar en la duda las razones para creer (que no es saber, que no es comprender, sino que es adherirse sin conocer). Que no sorprenda su afirmación: Han sido los ateos mis verdaderos maestros. Y afirmaba, como si quisiera asegurar sobre nuestra fragilidad, que en él había dos seres: el creyente y el no creyente, que dialogaban perpetuamente.

Francesca Pini en AvvenireNi .

Tomado de: ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@eurosur.org

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