lunes, 15 de diciembre de 2008

EULALIA por Alejandro R. Melo

Estábamos exultantes cuando nos mudamos. Era un sueño largamente esperado. Parecía mágico que pudiéramos acceder a esa nueva casa con todas las comodidades, y sobre todo, que pudiéramos pagarla sin endeudarnos demasiado.

Diana fue la primera que nos vino a visitar -cuando todavía estaban muchos trastes sin desembalar- y faltaba organizarse.
-¿ Y, ya averiguaste quién vivió en esta casa? - fue su primera pregunta, luego de elogiar las amplias comodidades, el hermoso jardín y la pileta de natación.
- En realidad sabemos poco, porque el dueño anterior apareció para la escritura, pero antes siempre tratamos con la inmobiliaria -le respondió Silvia, mi mujer-.
- Es importante saber quién vivió en la casa....-insistió Diana-
- Los papeles estaban perfectos, yo los revisé varias veces y el escribano es de mi confianza -le dije mientras tomábamos el té con las masas que había traído la visita-.
- No me refiero a los temas jurídicos... supongo que esos los manejás bien. Me refiero a qué tipo de personas vivieron aquí y cuál fue su historia -replicó Diana-.
Extrañada, mi mujer le preguntó el porqué de aquella inquietud.
- Es que las casas tienen vida propia, que está condicionada por la vida de quienes las habitan. Si la gente tiene una vida feliz, la casa se carga de energías positivas, pero si la gente se lleva mal o hay muchos sucesos trágicos o cosas por el estilo, la casa se llena de energías negativas que tardan mucho tiempo en irse- respondió Diana muy seriamente.
Al borde de un ataque de risa, la cual contuvimos para no ofender a la visitante, aunque intercambiamos miradas cómplices, Silvia y yo le hicimos saber que no creíamos en esas cosas.
Diana hizo un gesto con su cara que parecía decir "Allá ellos..." y la conversación siguió sobre otros temas más concretos, tales como el color con el cual íbamos a pintar cada cuarto, los arreglos que pensábamos hacerle a la casa en un futuro y la adquisición de algunos muebles para "llenar" un poco los amplios espacios vacíos.
Antes de irse, Diana se volvió un poco insistente. -"Créanme, yo sé por qué se los digo, averiguen quién vivió aquí y cuál fue su historia. Además del chisme, puede ser útil para evitar cosas desagradables".
Despedimos cortesmente a nuestra visitante y no pudimos evitar conversar con mi mujer sobre las historietas de Diana.
Mientras tomábamos un café, Silvia me dijo: "Como dicen...yo no creo en brujas, pero que las hay, las hay". A lo que yo respondí socarronamente: "la única bruja que conozco es mi suegra".
-Ja, ja, hacete el pelotudo-, recibí por única respuesta.
Los días transcurrieron y nos fuimos olvidando de la conversación con Diana. Sin embargo, poco a poco fueron ocurriendo cosas en la casa que nos llevó a pensar que no habíamos hecho tan buena inversión.
La calefacción se rompió y la casa se transformó en una heladera. A cada rato se quemaban las bombitas de luz; se quemó la bomba de agua; hubo un principio de incendio en la cocina. Luego se fisuró un caño de agua que alimenta al lavadero. Un día, la empleada doméstica se quedó encerrada en el cuarto de planchado y tardamos varias horas en rescatarla, ya que no estábamos en la casa y además, nunca nos imaginamos que todavía podía estar a esas horas de la noche. ¡Había que ver la cara de terror que tenía la pobre mujer!
También comenzaron a aparecer manchas de humedad en lugares que habíamos revisado muy bien antes de comprar la vivienda.
Mi mujer, por ejemplo, empezó a quejarse de las corrientes de aire que surcaban la casa y que no podía controlar, a pesar de que cerraba todas las ventanas y puertas de acceso.
Se escuchaban ruidos extraños. Las puertas se cerraban repentina y violéntamente. Los pisos de parquet crujían en la noche.
Para entonces, los chicos llamaban desde sus cuartos porque tenían pesadillas e insistían en pasarse a dormir a nuestra habitación (cosa que resistimos estoicamente).
Por mi parte, tenía problemas con el sueño, porque no lograba estabilizar la temperatura de la habitación: en algunas horas de la noche me sentía sofocado, comenzaba a tener malos sueños hasta que repentinamente me despertaba transpirado y empezaba a patear las cobijas (Silvia se despertaba y se quejaba de mis movimientos nocturnos). En otros momentos, me despertaba tiritando y necesitando taparme... Eso se repetía noche a noche. Como era lógico, a esa alteración del sueño, seguía el mal humor de mi parte, ya que el cansancio se iba acumulando.
Cierta tarde, cuando estaba anocheciendo, compartíamos un café con mi esposa, cuando por el rabillo del ojo vi pasar como una sombra blanquecina. Pensé que alguien se había metido en la cocina, giré violentamente la cabeza hacia donde me pareció ver algo, pero nada, no había nada. Mi mujer se sorprendió de mi movimiento súbito y me preguntó qué me pasaba y si me estaba volviendo loco.
-Nada, simplemente me pareció ver algo, tal vez haya sido mi imaginación o un papel que fue arrastrado por la corriente de aire (no se lo dije, pero pensé que podía ser una rata que se hubiese metido dentro de la casa).
-Te estás poniendo un poco paranoico- me dijo sin dar mayor importancia al incidente.
Pero el episodio no fue aislado y varias veces más me pareció descubrir una silueta que se escabuyía por detrás de mí y escapaba rápidamente. Tal vez tendría que ir a ver al oculista, porque no le encontraba explicación a esas imágenes fugaces que se me aparecían al forzar el ojo hacia un lado.
Una noche, comencé a tener una pesadilla recurrente: una mujer, medio bajita, de rasgos achinados (parecía una india) se me presentaba en sueños. Simplemente se paraba al lado de mi cama y me miraba. Siempre vestía de azul y su mirada parecía perdida. Entonces me despertaba, generalmente con un fuerte dolor de cabeza.
Noche tras noche se fueron sucediendo las apariciones de esa imagen onírica. Comencé a prestarle atención. Sin dudas no era un ángel protector, pero tampoco parecía un demonio. No tenía aspecto de "santa" -observé que no tenía aureola sobre su cabeza-, pero tampoco me pareció que expresara ira o maldad.
Los comentarios que intercambiamos con Silvia, -si bien al principio afirmó: "¡ya te estoy pidiendo hora con el psiquiatra!"-, fueron contagiándola de la intriga que rodeaba todos aquellos acontecimientos. Fuimos relacionando las cosas que habían ocurrido en la casa y verdaderamente parecían extrañas. Casi al unísono nos preguntamos ¿No tendrá razón Diana?. Transmisión de pensamiento- dijimos.
Al día siguiente, mientras me estaba duchando ocurrió algo raro. De repente el agua de la ducha se enfrió en extremo y cuando quise volver a regularla, por poco termino en el hospital con una quemadura importante. Revisé la instalación. No tenía nada, el mezclador estaba bien. Bajé la temperatura del termostato, pero evidentemente estaba roto, porque se volvieron a suceder hechos de esa naturaleza. Como broma, o tal vez ya medio en serio, comencé a hablarle bajo la ducha al "fantasma". "Dejate de joder, ¡te ordeno en nombre de Jesucristo que no me molestes más!".
Por alguna extraña razón, ante esa exhortación el fenómeno desaparecía por un buen rato y el agua tornaba a una temperatura agradable.
Mi mujer comenzó a hablar con los vecinos y a preguntarles si sabían algo de la familia que vivía allí con anterioridad.
Nadie sabía demasiado, pero todos afirmaban que la casa había pasado por varias manos y en todos los casos, se ponía en venta nuevamente al poco tiempo de ser adquirida: generalmente no pasaba más de un año o año y medio.
Una tarde, mientras mi esposa arreglaba el jardín de adelante, pasó por la vereda paseando un perrito una señora mayor. Se detuvo mientras su perro regaba el árbol de mi puerta y pasaba su naríz por el cantero.
-Ah, ¿usted es la nueva dueña? - dijo la mujer.
- Si, hace unos meses que nos mudamos- contestó Silvia.
- Esta casa no tuvo suerte- afirmó lacónicamente la viejita.
Entre extrañada y un poco exasperada, mi cónyuge le preguntó la razón de esa afirmación.
- Bueno, pasan cosas extrañas, por eso al poco tiempo la venden, pero la casa no tiene nada que ver. Seguro que es el alma de la pobre Eulalia que no sabe encontrar el camino para irse al cielo y anda molestando a los patrones.
-¿Eulalia?
- Si, era una doméstica que tenían los dueños que construyeron la casa.
- ¿Y qué pasó con Eulalia?
- Un fin de semana, cuando los patrones se habían ido al campo, quedó Eulalia, como siempre, al cuidado de la casa. Parece que se le ocurrió barrer las hojas que caían de los árboles del jardín y que se metían en la pileta. Para desgracia de la pobre Eulalia, se resbaló en el borde de la pileta y fue a parar al agua. Seguramente la mujer no sabía nadar o simplemente se golpeó la cabeza y no pudo reaccionar. ¿Se imagina la desesperación?. Sóla en esta enorme casa y ¡sin nadie que se diera cuenta o escuchara sus gritos de auxilio!...¡Que muerte horrible! Cuando regresaron los dueños de casa, la encontraron flotando en el agua.

Cuando mi mujer me contó la historia, recordé el asunto de mis sueños y la mujer que se me aparecía en ellos.
Tal vez fuera la pobre Eulalia, y si era así, algo había que hacer para ayudarla a irse o bien, para que parara de torturarnos con sus apariciones.
-Diana ¿qué hacemos?- fue la pregunta inquietante de mi mujer aquella tarde en el teléfono.
Pero Diana, en realidad, no sabía mucho de cómo salir de esta situación. No se trataba de sus teorías sobre Feng Shui.
Ahora ya ni me podía dormir. Estaba aterrado de sólo pensar que mi sueño fuera interrumpido por la aparición del fantasma de Eulalia.
Los días siguientes, fueron torturantes. Los chicos empezaron a preguntar qué ocurría y la falta de sueño me alteró el rendimiento en la oficina.
Busqué afanosamente en las librerías algo que nos pudiera ayudar, pero no encontré nada que me pareciera serio, puras patrañas para vender a los crédulos...
Manteníamos las luces de la casa a pleno. Ni siquiera se apagaban a la hora de ir a la cama.
Para que no nos escuchara Eulalia, acordamos con mi esposa encontrarnos a tomar un café en un bar cercano. Teníamos que elaborar una estrategia, una solución, o en defintiva, terminaríamos vendiendo la casa.
Entre tanto, Eulalia seguìa haciendo de las suyas. En menos de un mes, se rompieron cerraduras, se enfermó el perro, se perdió la tortuga, choqué con el auto, comencé a sentir que en la oficina alguien me estaba moviendo el piso.
Una tarde volví de trabajar y me fui al escritorio para ponerme a terminar un trabajo que tenía pendiente. Allí encontré que la biblioteca había sido alterada, cambiando el orden que rigurosamente llevaba por tema. Eso me ofusca de manera, así que llamé a la empleada y le dije: "Rosa, ¿no le tengo dicho que no limpie los estantes de la biblioteca? ¡Usted me desordena los libros y a mi me lleva horas volver a ponerlos en su lugar!." Pero Rosa sostuvo no muy convincentemente para mí, que ella no tenía nada que ver y que no había tocado un solo libro. Sólo me quedaba disculparme ya que no tenía pruebas contra ella.
Otro día, mi esposa le pegó un repunte a Rosa porque encontró en el "tacho" de la basura una copa de cristal rota. Rosa juró por sus seres más queridos que ella no la había roto, pero era improbable que mis hijos lo hubieran hecho, porque no suelen jugar donde se encuentra el cristalero. Como sea, al conversar sobre el asunto, comenzamos a sospechar que podía ser la presencia de Eulalia la responsable de ambos acontecimientos.
Era el momento de pedir ayuda, pero ¿a quien?
Propuse visitar a una vidente o curandera, pero mi mujer, que es más dura que yó en estas cosas, me miró feo.
-¿Y si consultamos al cura párroco? -sugirió mi esposa.
Muy a regañadientes le pedí una reunión al cura. Estaba convencido que o bien me sacaría a patadas, o bien se reiría de mis planteos: los curas no creen en estas cosas...
Pero no, el cura, que es un hombre ya bastante mayor, me escuchó atentamente mientras me convidaba con un mate.
Para mi sorpresa, coincidió en gran medida con la opinión de la viejita que había hablado con mi mujer: "hay almas perdidas que no encuentran el camino hacia el más allá y quedan estancadas entre este mundo y el otro. A veces -me dijo el cura- se transforman en seres agresivos que no entienden qué les está pasando y sienten que les están robando sus cosas, sus lugares familiares. En definitiva, sienten que no los escuchan y que nadie responde a sus preguntas e incertidumbres". "Pero cabe otra posibilidad, y eso sí sería grave: que se tratara de un demonio. Sin embargo, por tu relato, no me parece que ese sea el caso..."
-¿Y qué se puede hacer? -pregunté.
- Nada, simplemente rezar para que el alma pueda descansar en paz.
- ¿Y si tiramos agua bendita?
- Si fuera un demonio o alguna espiritualidad maligna tendría sentido, y no sólo eso, sino hacer un exorcismo.
- Padre: ¿Puede ser que estos acontecimientos sean sólo efecto de nuestra imaginación o un fenómeno psíquico, como los de doble personalidad, y esas cosas?
- Tal vez.
- Entonces realmente simplemente nos estamos obsesionando con algo que no existe...Sin embargo, ¿qué hay de las demás cosas que pasan?, ¿son simples coincidencias, que yo relaciono a pesar que la ley de las probabilidades indica que es poco factible que todos esos acontecimientos ocurran todos juntos en un lapso tan pequeño?
- Puede ser -me dijo el sacerdote mientras se iba levantando de su escritorio-; tomá esta estampa, aquí hay una novena a la Virgen...Si después de nueve días no lográs que se vaya la presunta muertita, habría que pensar en hacer algo más.
No muy convencido comenté con mi mujer la conversación con el cura.
Como sea, acordamos hacer la novena.
Mientras tanto, seguían ocurriendo cosas extrañas y a mi se me aparecía Eulalia cada noche.
Una de esas noches me propuse hablarle, interrogarla y asì ocurrió en el sueño...pero la aparición no contestaba, simplemente me miraba. Yo me despertaba aterrado y si bien nunca fui muy religioso, repentinamente recordé la forma de rezar el rosario, asì que me las pasaba la noche entera rezando hasta que vencido por el cansancio lograba volver a dormirme.
Parece que la novena del cura dió resultado, porque desde entonces -y a todo esto ya pasaron varios meses-, no se me ha vuelto a aparecer la muerta y las cosas se fueron normalizando en casa. Bueno, no todo, porque la otra tarde sucedió algo extraño: sonó el teléfono...
-Hola, si...
Una voz de mujer respondió: "Hola, señor..."
- Si, ¿quién habla?- atiné a preguntar.
- Llamaba para darle las gracias...
Pero cuando quise seguir la conversación, la llamada simplemente se cortó.

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