Señor, si llenas cada hora
de fresca vida renovada;
si vistes de rosa la aurora
y de púrpura la granada;
y en estéril vida senil
dejas la savia que florezca;
que aliente el tigre en su cubil
y en su red la araña se mezca:
¿por qué no diste la ventura
a su pecho lleno de amor?
¿Por qué la divina escultura
tan presto se rompe, Señor?
¿Era ella menos tu criatura
que la más diminuta flor?
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