jueves, 2 de febrero de 2023

CONVIERTANSE Y CREAN EN EL EVANGELIO

                          




Escuchamos de guerras, de poblaciones desplazadas, de familias que han perdido todo sin tener ninguna responsabilidad ni decisión en el asunto; vemos gente revolviendo la basura para poder comer; familias enteras durmiendo en la calle; contemplamos el horror de millones de niños asesinados en el vientre de su madre; de personas que se “autoperciben” de otro sexo y pretenden imponer al resto de la sociedad su visión de la realidad; la biología y la naturaleza desplazada por la ideología. Mientras tanto, desde el Foro Económico de Davos, unos hombres pretenden imponer una agenda mundial a espaldas de los pueblos,  anunciando un próximo  “transhumanismo”, que no es otra cosa que el sojuzgamiento de los hombres al poder del dinero, el sometimiento de las voluntades (con la implantación de chips) y la reacción ante el Creador, promocionando un supuesto “super humano”. En este mundo “globalizado” a la fuerza, sometido a las “realidades” fabricadas por medios de comunicación no comprometidos con la Verdad, sino  al servicio de  intereses, y de redes sociales que expanden falsas noticias,  la Babel y Sodoma y Gomorra del Antiguo Testamento han quedado minúsculas.

 En medio de ello, sólo hay un mensaje que llama al hombre a levantarse contra esa destrucción. No con las armas, no con el desprecio, sino con el Amor, con el único y verdadero Amor por la humanidad. Pronto llega el tiempo Pascual, tiempo en que Dios llama a cada hombre y cada mujer, no importa de donde venga ni de qué condición, ni raza, o edad, ni cuantos errores y pecados haya cometido, a que se “convierta y crea en el Evangelio”.





lunes, 7 de noviembre de 2022

El cuarto en el corazón

 Hace unos días escuché una reflexión, y de ella derivaron algunos pensamientos que me gustaría compartir.

En nuestro corazón -no hablo del músculo cardíaco, sino del centro de nuestros sentimientos, de nuestras emociones, pensamientos, deseos y sueños-, hay un cuarto, una morada o como gusten llamarlo.

En ese cuarto, están guardadas muchas cosas, pero esas cosas hacen desordenado, oscuro y  húmedo el pequeño lugar.

A veces, en ese rejunte de cosas, emociones, pensamientos, expectativas, ansiedades, sueños, no podemos distinguir lo importante de lo superfluo, lo que nos hace bien de lo que nos daña. En lugar de un cuarto, de un aposento, se ha transformado en una buhardilla o desván, o en una baulera,  donde se colocan cosas que con el tiempo, muchas veces ni sabemos que las tenemos, o si las recordamos, nos es muy difícil encontrarlas.

Sin embargo, este recinto no está en cualquier parte, no está en el techo de casa, ni en el garaje, ni en un sótano o en un depósito. Está nada menos que dentro nuestro centro, en nuestro corazón. 

Quise revisar qué guardaba allí, y me encontré penetrando en ese lugar oscuro, donde había miedos, broncas, desconsideraciones hacia otros y hacia mí, pensamientos negativos,  depresiones, malos pensamientos, tentaciones, pecados,  ilusiones, sueños rotos, y en fin, un montón de cosas que me agobiaban.

Entonces pensé: a este lugar le falta vida, le falta luz, le falta un orden. 

Comprendí que nuestro corazón no es un depósito de cosas viejas y oxidadas, sino un lugar donde debe reinar la luz, la alegría, la tibieza del afecto. 

Fue entonces que recordé la meditación, en donde se repetía aquello que hace tanto tiempo había leído en las Confesiones de San Agustín: “tuyos somos, y para Tí hemos sido creados, y nuestra alma está inquieta hasta que descanse en Ti, Señor”.

De pronto, una iluminación vino a mi mente: yo había contaminado el aposento, y lo había transformado en un lugar inhabitable, sombrío. 

Había que llenarlo de Luz, pero primero había que limpiarlo de todo eso inservible que se acumulaba. Me pregunté si yo podía limpiarlo, si mis fuerzas, mis intenciones, mi voluntad o empeño bastaba, y entonces me di cuenta que no. Que por mucho que me esforzara, una y otra vez se llenaría de polvo y oscuridad. Tenía que tener el auxilio de alguien mucho más sabio, mucho más poderoso, de renovara aquel lugar. 

¿Un psicólogo que me ayudara a ordenar aquel desorden?

No, porque podía terminar barriendo de un lado y acumulando basura en  otro lado, o en el peor de los casos, justificándome el por qué había acumulado tanta cosa vieja. Un psicólogo decididamente no terminaría de preparar el cuarto.

Ese lugar no había sido pensado para depósito, sino como un aposento, y la pregunta es ¿quién debía habitar en ese lugar?

Fue allí que comprendí que sólo había sido dispuesto para que lo habitara Aquel para el cual había sido dispuesto.

Tuyos somos, y para Tí hemos sido creados y nuestra alma está inquieta hasta que descanse en Ti.

Decidí que debía abrir la puerta, las ventanas para que ingresara la Luz.

Allí pude ver cómo instantáneamente el cuarto se llenaba de luminosidad, se limpiaba de todo lo que sobraba, se transformaba en un lugar donde el calor suave era como una caricia y la alegría serena, su vista admirable. También entendí, que si quería ese Bien, nada ni nadie podía ocupar ese aposento, sino Aquel a quien había sido destinado desde toda la Eternidad.


SEÑOR: Limpia mi corazón, prepáralo para hacer de él tu aposento, penetra en él y habítalo con la Luz del Espíritu Santo. Jamás permitas que nada ni nadie lo vuelva a oscurecer. Amén. 


  


miércoles, 30 de diciembre de 2020

Ante el desánimo, es mejor pensar en el Plan de Dios. Reflexión por Alejandro R. Melo

Cuando era adolescente, el Padre Bruno Ierullo, -a quien agradezco profundamente tantas bellas enseñanzas-, nos hablaba del "problema del mal". Lo hacía tomando dos ejemplos: uno del Libro de Job (a quien los amigos le endilgaban que le habían ocurrido sus desgracias porque era pecador, echándole la culpa, aunque Job era un hombre justo) y el relato de la historia del Capitán Seneguiriov y la muerte de su pequeño hijo IIiúshenchka, de la novela de Fiódor Dostoyevski, "Los hermanos Karamazov".
¿Por qué Dios permite el mal?
Y ante la tentación del desánimo, me vienen a la mente las respuestas profundas del desconocimiento que tenemos del Plan de Dios, que se ven plasmadas en la misma muerte de Jesús en la Cruz. El plan de Dios es misterioso, no tiene tiempo ni espacio que lo limite, tal como está escrito: "el cielo y la tierra pasarán, pero mi Palabra no pasará".
Dios respeta profundamente la libertad del hombre, tanto que permite que Adán y Eva, se aparten de la vida de la gracia. Ellos no lo verán, pero mucho tiempo después, el Plan de Dios se hizo Carne y Habitó entre nosotros, para la Redención de todos los que aman y creen en Él.
Igual que nosotros, los peregrinos de Emaús, iban apenados en el camino, pensando decepcionados, que se había perdido la esperanza luego de que los políticos, sumos sacerdotes y doctores de la ley habían llevado a la muerte a Jesús. Pero junto a ellos, comenzó a caminar el desconocido, que les explicó una a una las profecías que hablaban de Hijo del Hombre, y cómo era el verdadero Plan de Dios para la humanidad.
Hay también una certeza: en el fin del camino personal nos espera un juicio. Como diría San Juan de la Cruz: "En la tarde de la vida, te examinarán en el amor". No en el amor romántico ni sensiblero, no en el amor sexual y pasajero, sino en el verdadero Amor: aquel que da sin esperar nada, aquel que tiene el coraje de reconocer en el otro a su hermano, -como Hijo del mismo Padre-. Entonces, y cuando suene la trompeta del Ángel, el Señor dirá a los hicieron el bien: venid a mí, y a los que prefirieron vivir en el egoísmo, la violencia, la mentira, la codicia, la corrupción, el desprecio por la vida: "Apártense de mí, ejecutores de maldad".

sábado, 18 de julio de 2020

SILVIO MARZOLINI. Evocación por Alejandro R. Melo




Y si, acaba de partir, para jugar en los campos del cielo.
Silvio Marzolini, el ídolo, el mejor número tres del mundo en el Mundial de 1966, el mejor defensor lateral izquierdo de todos los tiempos del fútbol argentino.
Si, se fue, vistiendo la camiseta de Boca Juniors, que tantas tardes de domingo enalteció con su prestancia.
Se fue uno de esos irrepetibles. Caballero del fútbol. Congruente con sus principios.
Lo recuerdo desde que mi papá me llevaba a la Bombonera ¡Qué emoción! ¡Cuánta alegría!: por dos razones, una por compartir esos momentos inolvidables con el viejo, que era un ser extraordinario, lleno de bondad, y la otra, por estar en ese majestuoso estadio que vibraba, que latía... Allí estaba Silvio, junto con tantos otros que llenaban mi cabeza y mi corazón de niño.
Allí estaba Antonio Roma, el gran arquero, allí también Rattin, el gran capitán de la Selección, que después de retorcer el banderín, el día maldito en que un alemán lo echó frente a Inglaterra, no tuvo más genial irreverencia que sentarse en la alfombra de la reina. Allí estaba Ángel Clemente Rojas, y también el "Tanque" Rojas, Pianetti, Zarich...lo acompañaban en la defensa el "Chapita" Suñé, Rogel (que si te escapabas, te mataba) y el gran negro peruano Julio Meléndez Calderón.  Junto a él también estuvieron el "Muñeco" Madurga, Novello, el negrito Orlando Medina, Ponce, Peña...
Una mañana, si mal no recuerdo era por 1965 o 1966, amanecí muy angustiado.
Mi mamá, que me levantaba muy tempranito para darme un churrasco (yo era muy flaquito entonces) antes de tomar el micro de Don Arturo Ierino, que nos dejaba en el querido Colegio San José, se preocupó y logró que le contara qué me había pasado.
Yo había tenido una pesadilla. En ella, mi ídolo, Silvio Marzolini, había muerto.
Mamá me tranquilizó: "le alargaste la vida" -me dijo.
Por suerte pudimos disfrutar de la habilidad y prestancia de don Silvio, muchos campeonatos más, e incluso, cuando volvió para ser el D.T., dirigiendo nada menos que a Maradona en 1981.
Descansa en paz, ídolo azul y oro, te fuiste a frenar los ataques del Maligno en el césped de la Eternidad.
Hasta siempre!!!!!

martes, 14 de julio de 2020

EL HOMBRE RICO. Cuento, por Alejandro R. Melo




Un pequeño empresario, que era un hombre honesto, vivía sin grandes opulencias.
Había conseguido con mucho esfuerzo reunir un buen capital y se preciaba de ser un buen ciudadano, un buen padre de familia. En medio de las dificultades de las coyunturas económicas, siempre se las arregló para pagar sus impuestos y no defraudar a nadie. Sus empleados cobraban un sueldo, que si bien no era muy abundante, bastaba para llevar una vida decorosa.
Un día, este empresario tuvo una inquietud al pasar por una iglesia.
En ese momento se estaba celebrando misa y el sacerdote leyó ese pasaje del Evangelio en el cual Jesús dice aquellas terribles palabras: “Les aseguro, que es muy difícil que un rico entre en el reino de los Cielos. Es más fácil que un camello, pase por el ojo de una aguja, a que un rico entre en el reino de los cielos”…
Salió de la iglesia, y aquellas palabras comenzaron a darle vuelta en su mente. ¿Entonces yo no podré entrar en el reino de los cielos? -se preguntó una y otra vez- y se respondió: “¡Si siempre fui un tipo honesto!”
Desde ese momento, lleno de temor, comenzó a dar cada vez más dinero para obras de caridad. Eso calmó en gran parte su inquietud mientras seguía con su vida normal.
Otro día ingresó nuevamente a la iglesia, y escuchó el Evangelio en el cual Jesús decía: “Cuando des, que tu mano izquierda no se entere de lo que entrega tu mano derecha”…
Trató desde entonces de ser muy precavido para que nadie se enterara de cuántas ayudas hacía. Ni siquiera se lo contaba a su familia.
Una noche, luego de una comida muy abundante, nuestro personaje comenzó a sentirse mal, y finalmente se le produjo un paro cardíaco.
Fue llevado en presencia de un ángel del Señor quien lo recibió en la puerta de un aposento.
El hombre comenzó a darse cuenta que estaba muerto y para asegurarse le preguntó al ángel, el cual le confirmó que había sufrido un paro cardíaco.
Entonces, el hombre resignado, le interrogó al ángel: ¿y ahora, qué será de mí?
Como el ángel lo miraba y no respondía, comenzó a decirle que siempre había sido un hombre honesto, que no había defraudado a nadie, que era un buen ciudadano, un buen padre, y que cada vez que podía daba abundante limosna.
Pero el ángel tardaba en reaccionar, hasta que finalmente le dijo: “Para entrar aquí, debes defender tu causa”.
-Ya te lo he dicho, siempre fui honesto y traté de ayudar dando limosna.
El ángel lo miró con ternura y le dijo:
-¿Recuerdas el pasaje del Evangelio en el que Jesús elogia a la viuda que pone dinero en el templo? ¿Recuerdas cómo Jesús la compara con los principales de la comunidad que daban sus dádivas delante de todos para que los vieran?
-¡Yo traté siempre de ocultar mis limosnas!
Entonces el ángel le dijo: Mira, ¿no es verdad que estabas preocupado porque oíste que un hombre rico sería difícilmente aceptado en el cielo?
-Si, así es -le respondió el hombre-.
Y el ángel, con un dejo de tristeza le contestó: “Estabas muy preocupado por el futuro de tu alma. Tenías miedo. No era tu hermano, tu prójimo, quien realmente te preocupaba, sino el salvarte a vos mismo. Pero el cielo no se puede comprar con dinero”.
Al oír esto, el hombre se entristeció mucho, presintiendo que no podría entrar en el reino de los cielos.
El ángel entonces le dijo: “Como no eres una persona mala, se te va a dar otra oportunidad. Volverás a la vida, y la próxima vez que vuelvas por aquí, tendrás que haber comprendido.
Entonces el hombre tomó una bocanada de aire, y vio el techo de un sanatorio. Había vuelto a la vida, como se lo dijo el ángel.
Un día entró en una iglesia y el cura leía la parábola del hombre rico y del pobre Lázaro que padecía en su puerta y allí entendió: la peor miseria no es no tener vestido ni casa o tener hambre. Lo peor es que el rico no “veía” a su hermano que estaba en su puerta, pasaba ante él como algo más del paisaje, sin detenerse a pensar que era su propio hermano el que estaba sufriendo, y que ambos eran hijos del mismo Padre.

“Si yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, y me faltara el amor, no sería más que bronce que resuena y campana que toca. Si yo tuviera el don de profecías, conociendo las cosas secretas con toda clase de conocimientos, y tuviera tanta fe como para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy. Si reparto todo lo que poseo a los pobres y entrego hasta mi propio cuerpo para ser quemado, pero sin tener amor, de nada me sirve…” (Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Cristianos de Corinto)

martes, 26 de mayo de 2020

Romance de la Patria Bella por el R.P. Leonardo Castellani


Las muchachitas
que se suicidan en Puerto Nuevo,
y la de once años
que hizo el negocio
de los pasquines
y la que ofrece por las aceras,
humano cebo,
por unos pesos,
falsos carmines y jazmines...
¿Esa es la Patria bella?
Y luego dicen
que hay que morir por ella.

Grandes señoras que hacen los bailes de Caridad.
Y juntan plata para los pobres bailando al son,
cuyos descotes, mallots, toilletes y humanidad
Propala El Mundo por todo el ámbito de La Nación.
¿Esa es la Patria bella?
Y luego dicen que hay que morir por ella.

Politiqueros y comités, puro grito y trapo,
los dos partidos tan igualitos como porotos
—quítate tú que me ponga yo porque soy más guapo—
y la gran farsa de echar los votos.
¿Esa es la Patria bella?
Y luego dicen que hay que morir por ella.

Gente de plata, la que hace plata y gasta su plata,
y el gran ejército de lacayos que encienden el horno,
prensa, revistas, radio, cinema, que ensucia y mata,
y masa amorfa, confusa y triste girando en torno.
¿Esa es la Patria bella?
Y luego dicen que hay que morir por ella.

Juramento
Y hay que morir, hay que morir lo mismo,
si Dios lo pide por la patria yerma,
y dar la sangre por la patria yerma
en el caso que Dios pida ahora mismo
toda mi sangre para salvar del abismo
a la pálida Patria enferma.

domingo, 3 de noviembre de 2019

La Misericordia de Dios. Así habla la Sabiduría

"Porque Tú solo tienes siempre en la mano el poder supremo, y ¿quién puede resistir la fuerza de Tu brazo? Delante de Ti todo el mundo es como un granito en la balanza y como una gota de rocío que en la mañana baja sobre la tierra. Pero Tú tienes compasión de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para que hagan penitencia. Porque Tú amas todo lo que existe y no aborreces nada de lo que has hecho; de lo contrario ¿cómo lo habrías creado?. Y ¿cómo podría durar algo si Tú no lo quieres?, ¿cómo se habría conservado lo que no hubieras llamado? Tú tienes lástima de todo: porque todas las cosas son tuyas, Señor, que amas la vida." (Sabiduría 11, 21-26).