Hay días en que uno piensa que todo va a explotar. Hace tiempo que siento este vacío de objetivos vitales, matizado con broncas indescifrables.
La otra noche me senté en la cama. Estaba desvelado. Un mundo de conflictos me asaltaba la conciencia sin saber qué era más urgente o importante, y mi mente iba de una imágen a otra, con la vertiginosidad de quien ve pasar un tren expreso. Mis sienes latían dolorosamente.
De pronto, por el rabillo del ojo veo correr como una sombra. Me sobresalté, como es natural. Pensé que era un bicho, una cucaracha, o quizás algo más grande, quizás un ratón o una rata. Mi pulso latía acelerado. Me incorporé para mirar por debajo de la cama. Nada. Prendí todas las luces. Mi mujer roncaba ténuemente, ajena a todo.
No era la primera vez que veía pasar algo en mi casa.
Un amigo astrónomo me contó que el ojo humano tiene bastones y conos en su retina, que son los responsables de la recepción de la luz. Pues bien, los bastones son los responsables de nuestra adaptación a la penumbra, porque son altamente sensibles y se saturan con mucha luz, pero no distinguen los colores, a diferencia de los conos. Los bastones se ubican preferentemente en una zona periférica de la retina. De allí que se pueda ver con el rabillo del ojo cosas con poca luminosidad (ideales para espiar las estrellas). Como sea, seguramente algo había estimulado mis bastones oculares y tal vez haya sido un reflejo de la calle o...qué sé yo!
Volví a recostarme. Me adormecí creo que un rato, pero no logré entrar en el sueño profundo, hasta que escuché un ruido. No era un ruido muy importante, -seguramente se cayó algo de la cama o de la cómoda pensé-, pero al rato cuando me estaba acomodando en la cama y dando vueltas a ver si lograba recuperar el sueño....otra vez una sombra corrió rápidamente por la pared.
Debe ser un reflejo, -pensé-, pero enseguida me vinieron a la mente mis peores miedos infantiles. ¿No será un fantasma? o acaso, ¿un ladrón que logró filtrarse dentro de la casa? Me vinieron a la memoria las largas horas que de niño pasaba aterrorizado en la cama, rezando el rosario, para no llamar a mis viejos, hasta que me vencía el sueño.
Me volví a acomodar en la cama y tomé la radio portátil para escuchar bajito algo que me hiciera de “arrorró”. Sonaba un tango quejumbroso...me quedé medio adormecido, pero otra vez escuché un ruido. Mis ojos se abrieron como dos faroles escudriñando la noche…
Entonces lo vi. Se acercó lentamente...Se sentó en el borde de la cama, me miró, y comenzó a hablarme.
Cuando sonó el despertador caí en la cuenta que finalmente me había quedado dormido. Experimenté una sensación de gran descanso, como hacía mucho tiempo que no sentía.
Desde esa noche, cada noche me visita.
Sólo una duda tengo aún: ¿seguro que no hablan los gatos?