Ahora Barcelona
“...y llegará el día en que cualquiera que los mate creerá que rinde servicio a Dios”(Evangelio según San Juan, 16:2). Occidente está paralizado. No atina a reaccionar ante los grupos islámicos radicalizados. El tema es complejo, pero la raíz principal del problema es que los líderes políticos no comprenden o no quieren comprender el orígen del problema. Como siempre, si se falla en el diagnóstico, difícilmente se pueda acertar con el remedio. He escuchado declaraciones que se repitieron en España, como antes en Francia, sobre la democracia, la libertad, “los valores” de la sociedad liberal, etc.
En realidad, a los terroristas islámicos no les interesa en nada la democracia, ni la libertad de expresión, ni las elecciones o los partidos políticos, ni mucho menos el marketing insustancial del que se alimenta todo el sistema político. Sienten un desprecio profundo por todo ello. Su verdadero objetivo es la civilización cristiana, o mejor dicho, lo poco que queda en pie de ella.
No quieren nuestros líderes abrevar en pensadores como Hilaire Belloc (La Crisis de Nuestra Civilización; Europa y la Fe), sino que son tributarios del pensamiento que contribuyó grandemente a la destrucción de la civilización cristiana (tal como lo demuestra magistralmente Max Weber). Cuando se lee por ejemplo a Samuel Huntington (El choque de las civilizaciones), se comprende que este autor, como la mayoría de los analistas “modernos”, no sólo simplifican el problema, sino que erran al describir qué representa Occidente. Un mundo sin valores espirituales, es cada vez más vulnerable, porque los valores espirituales son como el sistema inmunitario de las sociedades. El liberalismo ( pensamiento) y su consecuencia el capitalismo, desplazaron los valores cristianos para colocar en el centro de la escena a un ídolo material: el dinero. Y como todo ídolo, se trata de un falso dios. Puede aparentar seguridad durante un tiempo, pero a medida que lo adoramos nos va vaciando nuestro espíritu. No es que el dinero sea malo en sí mismo, es un instrumento, y como tal debe tener el lugar de instrumento, no de fin en sí mismo. Cuando el liberalismo (y su consecuencia económica, el capitalismo) desplazó en la conciencia de las sociedades los valores de solidaridad, de prohibición de la usura, de adoración al verdadero centro espiritual y lo reemplazó por nuevos “valores”, tales como el individualismo, el egoísmo, la justificación inmoderada de todos los errores propios, el consumismo, desplazó en el espíritu de las sociedades la verdadera fortaleza. Reemplazó al Dios Vivo y Verdadero por por un ídolo de metal o de papel, y abrió la puerta para todos los excesos y las reacciones más violentas. El marxismo es hijo del liberalismo, no su antítesis. Comparten el vaciamiento del espíritu y su reemplazo por el materialismo. Lo que viene de lo material no es lo que alimenta el espíritu “Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” Evangelio según San Juan, 3:6. Aquí Jesús no sólo se refiere a nuestra carne física, o a los pecados de la carne, una visión más profunda nos hace comprender que se refiere a todo lo material. No es que Jesús condene lo material, sino que le da su exacta dimensión y lugar. Por eso el Evangelio proclama la necesidad de dar de comer al hambriento, de dar techo a los sin techo. Lo material en función de las necesidades de la comunidad y su uso subordinado a los valores espirituales. Pero casi todo esto fue destruido por el capitalismo que reemplazó a la civilización cristiana.
No son las armas nucleares ni los misiles, ni el sistema bancario ni Davos, ni la conjura del “poder mundial” o la masonería, quienes van a salvar a Occidente. Sin fortaleza espiritual no hay solución: nuestro sistema inmunitario social e individual será cada vez más débil para afrontar el desafío de una guerra de religiones, tal como la plantean los grupos radicalizados. No es tampoco persiguiendo a los que no piensan como nosotros (siempre que no opten por imponernos por la fuerza sus ideas), cómo vamos a sobrevivir a este nuevo desafío de la historia. Antes de que sea tarde, Occidente debe mirar hacia adentro y hacia arriba.
Los grupos islámicos radicalizados viven en una etapa primitiva de la civilización. Esa etapa en que los pueblos creían en que había un Dios que era propiedad de un pueblo o de una comunidad y que sólo perteneciendo a esa comunidad se podía agradar a Dios. El cristianismo muchas veces cayó en ese error, a pesar de que Cristo nos mostró otra realidad: en la parábola del buen samaritano nos muestra eso.El samaritano era un personaje despreciado por los hebreos, un infiel, un hereje. Pero ese hombre supo ser fiel a la verdadera esencia de Dios.
Es revelándole a los violentos el verdadero rostro misericordioso de Dios cómo vamos a vencer desarmando el brazo criminal.
No se trata de quedarnos en la declamación ni en la predicación. Hay que tomar las medidas para preservar la seguridad obviamente. Pero si no comprendemos el fenómeno al que nos enfrentamos, no podremos superarlo.
España tardó siete siglos en recuperar su territorio del dominio de los sarracenos. Más allá de los defectos, de las ambiciones y debilidades de los hombres, lo que hizo posible esa gesta fue la unidad espiritual, basada no en símbolos humanos, sino en la fe en Cristo.
Los hombres insistimos en apropiarnos de Dios, cada uno con su facción, pensando que podemos excluir a los demás hombres y minimizando su verdadera dimensión: lo eterno, lo inconmensurable, lo infinito. Cuando estemos preparados para mostrarle a los violentos que Dios es el Creador y es el Padre de todos los humanos y de toda la Creación, terminarán por ver ese rostro del Amor, que es el verdadero rostro de Dios. Pero una advertencia: nada de eso se logrará por nuestros propios medios, no sea que pensemos que somos autosuficientes. Dios proveerá.
viernes, 18 de agosto de 2017
viernes, 9 de junio de 2017
Estoy por explotar! Cuento de Alejandro R. Melo
Hay días en que uno piensa que todo va a explotar. Hace tiempo que siento este vacío de objetivos vitales, matizado con broncas indescifrables.
La otra noche me senté en la cama. Estaba desvelado. Un mundo de conflictos me asaltaba la conciencia sin saber qué era más urgente o importante, y mi mente iba de una imágen a otra, con la vertiginosidad de quien ve pasar un tren expreso. Mis sienes latían dolorosamente.
De pronto, por el rabillo del ojo veo correr como una sombra. Me sobresalté, como es natural. Pensé que era un bicho, una cucaracha, o quizás algo más grande, quizás un ratón o una rata. Mi pulso latía acelerado. Me incorporé para mirar por debajo de la cama. Nada. Prendí todas las luces. Mi mujer roncaba ténuemente, ajena a todo.
No era la primera vez que veía pasar algo en mi casa.
Un amigo astrónomo me contó que el ojo humano tiene bastones y conos en su retina, que son los responsables de la recepción de la luz. Pues bien, los bastones son los responsables de nuestra adaptación a la penumbra, porque son altamente sensibles y se saturan con mucha luz, pero no distinguen los colores, a diferencia de los conos. Los bastones se ubican preferentemente en una zona periférica de la retina. De allí que se pueda ver con el rabillo del ojo cosas con poca luminosidad (ideales para espiar las estrellas). Como sea, seguramente algo había estimulado mis bastones oculares y tal vez haya sido un reflejo de la calle o...qué sé yo!
Volví a recostarme. Me adormecí creo que un rato, pero no logré entrar en el sueño profundo, hasta que escuché un ruido. No era un ruido muy importante, -seguramente se cayó algo de la cama o de la cómoda pensé-, pero al rato cuando me estaba acomodando en la cama y dando vueltas a ver si lograba recuperar el sueño....otra vez una sombra corrió rápidamente por la pared.
Debe ser un reflejo, -pensé-, pero enseguida me vinieron a la mente mis peores miedos infantiles. ¿No será un fantasma? o acaso, ¿un ladrón que logró filtrarse dentro de la casa? Me vinieron a la memoria las largas horas que de niño pasaba aterrorizado en la cama, rezando el rosario, para no llamar a mis viejos, hasta que me vencía el sueño.
Me volví a acomodar en la cama y tomé la radio portátil para escuchar bajito algo que me hiciera de “arrorró”. Sonaba un tango quejumbroso...me quedé medio adormecido, pero otra vez escuché un ruido. Mis ojos se abrieron como dos faroles escudriñando la noche…
Entonces lo vi. Se acercó lentamente...Se sentó en el borde de la cama, me miró, y comenzó a hablarme.
Cuando sonó el despertador caí en la cuenta que finalmente me había quedado dormido. Experimenté una sensación de gran descanso, como hacía mucho tiempo que no sentía.
Desde esa noche, cada noche me visita.
Sólo una duda tengo aún: ¿seguro que no hablan los gatos?
jueves, 11 de mayo de 2017
El Ombú. Poesía de Luis L. Domínguez (1819-1898)
Cada comarca en la Tierra
tiene un rasgo prominente
el Brasil, su sol ardiente;
minas de plata, el Perú;
Montevideo, su cerro;
Buenos Aires –patria hermosa-,
tiene su pampa grandiosa;
la pampa tiene el ombú.
Esa llanura extendida,
inmenso piélago verde,
donde la vista se pierde,
sin tener donde posar;
es la pampa misteriosa
todavía para el hombre,
que a una raza da su nombre,
que nadie pudo domar.
No tiene grandes raudales
que fecunden sus entrañas
pero lagos y espadañas
inundan toda su faz,
que dan paja para el rancho,
para el vestido dan pieles,
agua dan a los corceles,
y guarida a la torcaz.
Su gran manto de esmeralda
esmalta modestas flores
de aromáticos olores
y de risueño matiz.
El bibí, los macachines,
el trébol, la margarita,
mezclan su aroma exquisita
sobre el lucido tapiz.
No tiene bosques frondosos
ni hermosas aves en ellos;
pero sí pájaros bellos
hijos de la soledad,
que siendo únicos testigos
del que habita esas regiones,
adivinan sus pasiones
y acompañan su orfandad.
Así, nuncio de la muerte
es el cuervo o el carancho-
si la peste amaga el rancho
sobre el techo el buho está-,
y meciéndose en las nubes
y el desierto dominando,
las horas está cantando
el vigilante chajá.
No hay allí bosques frondosos
pero alguna vez asoma
en la cumbre de una loma
que se alcanza a divisar,
el ombú, solemne, aislado,
de gallarda, airosa planta,
que a las nubes se levanta
como faro de aquel mar.
¡El ombú!Ninguno sabe
en qué tiempo ni qué mano
en el centro de aquel llano
su semilla derramó.
Mas su tronco tan ñudoso,
su corteza tan roída
bien indican que su vida
cien inviernos resistió.
Al mirar cómo derrama
su raíz sobre la tierra,
y sus dientes allí entierra
y se afirma con afán.
parece que alguien le dijo
cuando se alzaba altanero:
ten cuidado del pampero
que es tremendo su huracán.
Puesto en medio del desierto,
el ombú, como un amigo,
presta a todos el abrigo
de sus ramas con amor;
hace techo de sus hojas
que no filtra el aguacero
y a su sombra el sol de enero
templa el rayo abrasador.
Cual museo de la pampa
muchas razas él cobija:
la rastrera lagartija
hace cuevas a su pie.
Todo pájaro hace nido
del gigante en la cabeza
y un enjambre en su corteza
de insectos varios se ve.
Y al teñir la aurora el cielo
de rubí, topacio y oro,
de allí sube a Dios el coro,
que le entona al despertar
esa pampa, misteriosa
todavía para el hombre,
que a una raza da su nombre
que nadie pudo domar.
Desde esa turba salvaje
que en las llanuras se oculta
hasta la porción más culta
de la humana sociedad,
como un linde está la pampa
sus dominios dividiendo
que va el bárbaro cediendo
palmo a palmo la ciudad.
Y el rasgo más prominente
de esa tierra donde mora
el salvaje que no adora
otro dios que el Valichú,
que en chamal y poncho envuelto
con los laques en la mano
va sembrando por el llano
mudo horror, es el ombú
¡Cuánta escena vio en silencio!
¡Cuántas voces ha escuchado
que en sus hojas ha guardado
con eterna lealtad!
El estrépito de guerra
a su pie se ha combatido
su quietud ha interrumpido
por amor y libertad.
¡En su tronco se leen cifras
grabadas con el cuchillo
quizá por algún caudillo
que a los indios venció allí:
por uno de esos valientes
dignos de fama y de gloria,
y que no dejan memoria
porque nacieron aquí!…
A su sombra melancólica
en una noche serena,
amorosa cantinela
tal vez un gaucho cantó;
y tan tierna su guitarra
acompañó sus congojas
que el ombú de entre sus hojas
tomó rocío y lloró.
Sobre su tronco sentado
el señor de aquella tierra
de su ganado la yerra
presencia alegre tal vez;
o tomando el matecito
bajo sus ramos frondosos
pone paz a dos esposos,
o en las carreras es juez.
A su pie trazan sus planes
haciendo círculo al fuego
los que van a salir luego
a correr el avestruz…
Y quizá para recuerdo
de que allí murió un cristiano,
levantó piadosa mano
bajo su copa una cruz.
Y si en pos de amarga ausencia
vuelve el gaucho a su partido,
echa penas al olvido
cuando alcanza a divisar
el ombú, solemne, aislado,
de gallarda, hermosa planta,
que a las nubes se levanta
como faro de aquel mar.
miércoles, 8 de febrero de 2017
A orillas del río (viejas obviedades) por Alejandro R. Melo
A las orillas del río que pasa.
¿Qué me dice el río?
Es la metáfora de la vida que fluye…
Nace allá muy lejos como un pequeño chorrillo o un brote surgente y comienza a correr naturalmente.
Aunque quisiera ir para otro lado, siempre me lleva a donde vá.
¿Y a dónde va?
A su desembocadura, que es el final de mi vida. Aunque quisiera permanecer, igual llegará…
Si bien tiene muchas piedras que se oponen a su paso, él las pasa por encima, o las esquiva desviándose temporalmente su curso, o las desgasta con su voluntad de paso inquebrantable.
Fluye el río de la vida y se alimenta de la dura roca que va dejando sus minerales en el agua.
Pero ¿ahora dónde pasa?, ya no están esas rocas, habrá otras, aunque el río arrastra sus minerales.
Es un símbolo del paso...el pasado queda atrás, el río fluye. No es que el pasado no sea importante, que no haya alimentado al río. De hecho, le ha dejado sus minerales, pero el río lo deja atrás...lo deja ir sin tristeza...sigue su ruta burbujeante y sonora para ir al encuentro de su futuro, de su destino.
Días de tormenta, de lluvia, de dulce calma, de frío o de calor vendrán, y ya pasaron también, pero el río sigue su marcha, sin saber si le espera un suave remanso, un rápido o una terrible catarata. No importa...el río sigue su marcha, mientras va cantando su canción que es una alabanza al Creador.
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