He meditado sobre la conveniencia de brindar este mensaje en ocasión de las fiestas que se aproximan. Me he inclinado por hacerlo en mi nombre y en el de mi querida madre, inseparable compañera, quien hace pocos días se marchó al Cielo.
En el año 1958, antes de que Fidel Castro se adueñara de Cuba, mi país era uno de los más prósperos de Iberoamérica. Hoy es un país en bancarrota. Generalizada, porque se extiende a todos y cada uno de los ámbitos nacionales.
En el año 1958, Cuba recibía –con los brazos abiertos– a personas que emigraban desde todos los continentes y acudían a nuestra bella isla en busca de una vida mejor. Hoy somos más de cuatro millones de personas los que integramos la Cuba errante. Su diáspora. Más de cuatro millones los cubanos que, lejos de la tierra que nos vio nacer, intentamos sobrevivir en las más disímiles regiones que nos albergan con generosidad, al tiempo que lloramos a nuestra incomparable isla.
En el año 1958, el pueblo cubano dedicaba sus talentos a forjar una Cuba cada vez mejor, que anhelaba legar a sus descendientes. Hoy el pensamiento de los cubanos se concentra en la búsqueda de opciones que les permitan sobrevivir y escapar de la pesadilla constante, que sufren desde hace más de medio siglo.
En el año 1958, las manos laboriosas de los cubanos, obreros, campesinos, profesionales o artistas trabajaban afanosamente para producir prosperidad y felicidad. Hoy, los cubanos –convertidos en limosneros por la dictadura castrista– permanecen con las manos extendidas, en gesto de súplica, esperando la ayuda que nos enviará algún familiar residente allende los mares. Y recibir las dádivas de extranjeros y aún de algunos turistas inescrupulosos que humillan a la pobreza del pueblo cubano, cuando prostituyen a nuestros niños, adolescentes y jóvenes; o cuando regalan jaboncitos de hoteles a las humildes trabajadoras cubanas.
En el año 1958, los cubanos se preparaban para morir cristianamente. Y creaban condiciones para que sus restos reposaran junto a los de sus ancestros, en nuestra isla de ensueños, la de la tierra generosamente fértil, la de las arenas más blancas, la del cielo más azul, la del mar más cristalino. Desde hace cincuenta y cinco años, miles de cubanos han muerto, como mi madre, en países lejanos que los acogieron como hijos, lejos de la tierra que los vio nacer y con la añoranza infinita de la Patria que les robaron.
En el año 1958, los cubanos éramos respetados en el mundo entero. Hoy, los medios de prensa internacionales, salvo excepciones, y los ciudadanos libres del mundo civilizado, nos congratulan cuando la cincuentenaria dictadura castrista nos concede las migajas de algún derecho. Como la falsa libertad migratoria. Olvidan que los cubanos somos también hijos legítimos de la familia humana y que, como tales, tenemos derecho no a migajas, ni a limosnas, sino a todos los derechos y libertades inherentes a la condición humana.
En el año 1958, el pueblo cubano era un pueblo de Fe, inteligente, generoso, emprendedor, laborioso, devoto de la familia y feliz. Hoy, cincuenta y cinco años después de implantarse en nuestro país la dictadura más longeva –y una de las más crueles de la historia contemporánea– el pueblo cubano sufre un quebranto de su esencia como persona humana; esto es, de un daño antropológico que implica un daño del tejido social de dimensiones difíciles de definir y que se caracteriza por la despersonalización; la pérdida de la autoestima; la dicotomía existencial; el terror; la desesperanza; el desinterés; el agotamiento; la precariedad ética, moral y espiritual; y la ausencia de ideales y de un sólido proyecto de vida.
Son innumerables las comparaciones que podemos hacer entre la Cuba que recibió Fidel Castro y la actual, devastada física, moral y espiritualmente. Lo expuesto pretende describir la dimensión del profundo infortunio que vive el pueblo cubano.
Estoy convencida que Fidel Castro ha podido adueñarse de mi país de forma vitalicia y convertirlo en la ruina que es hoy, porque logró destruir los tres pilares históricos de la nación cubana; los que, en mi humilde opinión, son también los tres pilares fundamentales de cualquier sociedad civilizada: la institución familiar, la libertad y la doctrina del amor, la fraternidad, la tolerancia.
Defendamos a la institución familiar y rescatemos con urgencia su condición de célula básica e insustituible de la sociedad. Defendemos la libertad, porque la libertad y los derechos humanos son condiciones inherentes a la naturaleza humana y, por tanto, ni se conceden, ni se usurpan, se reconocen y se respetan. Somos verdaderamente libres cuando defendemos nuestra libertad y, al unísono, respetamos la libertad ajena. Defendamos la doctrina del amor, convencidos de que el amor, esencia de la condición humana –y único sentimiento capaz por sí solo de salvar al mundo– es el mejor antídoto contra la institucionalización del odio y los resentimientos, contra las dictaduras, el totalitarismo, las guerras y la violencia.
Estoy absolutamente convencida de que sólo las naciones que protegen a sus familias, respetan las libertades y se preservan del odio, pueden conservar sanos sus corazones y garantizar a sus pueblos una vida digna y feliz.
*Hilda Molina y Morejon es una médica cubana de 71 años que estuvo entre los fundadores del Centro Internacional de Restauración Neurológica (CIREN) y diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular. A pesar de ocupar cargos dentro de la jerarquía cubana, en 1994 Molina rompió con el gobierno de Fidel Castro y se convirtió en una férrea opositora. Vive en Buenos Aires desde 2009 junto a su hijo, médico, Roberto Quiñones.
jueves, 30 de enero de 2014
martes, 7 de enero de 2014
El limonero lánguido suspende...Poema de Antonio Machado
El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera;
tibia tarde de marzo,
que al hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.
una pálida rama polvorienta
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera;
tibia tarde de marzo,
que al hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera,
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco, tarde alegre y clara,
casi de primavera.
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